«Papá, quiero ser árbitro de fútbol»
Nadie le aplaude. No tiene aficionados. Debe aparcar el coche en un
lugar seguro porque corre riesgo de que sufra desperfectos. Se acuerdan de su
familia todas las tardes de domingo. Los protagonistas del espectáculo le
quieren engañar. Si lo logran, dicen: « ¡Qué listo es!». En cambio, sobre él
dirán: « ¡Qué torpe!» Si ellos se equivocan: « ¡Qué mala suerte!». Si él se
equivoca: «Ves, es un inútil». ¿Por qué quiere alguien ser árbitro?
En Cantabria hay 265 personas que un buen día tomaron la decisión de
ser colegiados de fútbol. En estos tiempos, cada vez son más. La crisis, lejos
de ser un impedimento, está actuando de elemento potenciador. Los jóvenes
buscan un 'dinerillo' extra para sus cosas. Pero son muchas las causas por las
que uno termina vistiéndose de negro. La casualidad, la tradición familiar, el
mero hecho de probar... Ser árbitro ayuda a crecer. A tomar decisiones rápidas
y a tratar de no equivocarse. A ser consciente de que lo que hagas tiene
repercusión en los demás. Se trata de un cursillo de madurez acelerado. ¿Qué
pasa por la cabeza de alguien que decide ser árbitro?
La idea les entusiasma. No ponen reparo alguno. Se extrañan porque no
están acostumbrados. «Los árbitros no suelen hablar». Es una cantinela muy
repetida. Hacer una entrevista a un árbitro es siempre algo raro. Hacérsela a
cuatro generaciones distintas, un ejercicio de funambulismo.
Manuel Pozueta Rodríguez, catorce años y una hoja de servicios por
rellenar. Luis Felipe Arias de Juana, 32 años y con algo que contar. Rafael
Ruiz Bada, 35 años y con mucho camino andado. Y queda Francisco Díaz Gutiérrez.
Tiene 55 años y todo hecho. Cuatro colegiados. Cuatro historias. Cuatro formas
distintas de contar lo que significa ser árbitro. «Uno se hace mayor para
seguir jugando», cuenta 'Paco' mientras el benjamín de los cuatro asegura que
fue una casualidad lo de formarse árbitro. «Tenía un amigo que se iba a
apuntar...». La decisión de Rafael fue como tantas: «Coincidí con un entrenador
que no me ponía mucho y decidí pitar». Felipe lo vio «en el periódico».
«Necesitaban árbitros y me apunté», cuenta. De los cuatro, salvo Pozueta, que a
sus catorce años no le ha dado tiempo a mucho todavía, todos saben lo que es
estar al otro lado. Los tres fueron futbolistas antes de convertirse en jueces.
Nervios de estreno
Todo lo que empieza lleva implícita una dosis de nerviosismo. Salir a
un campo en el que no tienes amigos y dispuesto a ser el 'malo de la película'
es un ejercicio de responsabilidad. «Un equipo vestía de negro y mi camiseta se
confundía con la de ellos. Empezamos un poco más tarde», rememora Pozueta. Para
Paco fue un trámite porque fue con 25 años y arbitró a chavales. «No tuve
problemas. No recuerdo estar nervioso». Sin embargo, Rafael ya tuvo que
experimentar la sensación de que su decisión sería determinante. «Por la mañana
se habían suspendido todos los partidos. Llovió mucho ese fin de semana. Los
vestuarios inundados y les dije a los padres de los chavales que si me pintaban
las rayas del campo, arbitraba». Así fue, y el partido se celebró. «Estaba un
poco nervioso ya que se me olvidó que yo era el árbitro y las tres primeras
faltas ni las pité», añade Bada con una sonrisa en la boca.
« ¿Dónde vas, loco?, ¿pero dónde te metes?». Los cuatro, a su manera,
escucharon frases de este tipo continuamente cuando empezaron su periplo
silbato en mano. Aunque se haga bien y se sea justo, siempre hay alguien que
estará descontento. Y eso lo saben. «Sí. Está claro que las decisiones no
contentan a todos, pero hay que tomarlas», añade el más veterano.
Los cuatro conversan en una grada de fútbol. Se sientan en ese lugar
dónde suelen estar chillándoles y criticándoles cada una de las decisiones que
toman. Hoy les toca charlar desde allí.
¿Y por qué se empieza?
Nadie lo niega. El dinero es el dinero. «No se empieza sólo por ello
pero está claro que está bien remunerado», reconoce Bada, aunque añade que sólo
a partir de que empiezas a ascender de categoría. Un partido de benjamines
puede reportar al colegiado poco más de quince euros, más gastos de desplazamiento.
En Tercera División, el 'trencilla' puede llevarse a casa 100 o 120 euros. Es
una forma de ganar dinero que se convierte, posteriormente, en una filosofía de
vida. «Cuando vas de línea (juez asistente, ahora) a un partido de
Segunda B siempre sientes envidia del árbitro. Lo que te gusta es estar en el
centro del campo y tomar las decisiones tú», asegura Felipe.
Todos ellos coinciden en un atributo indispensable para 'vestir de
negro': «la honradez». Una virtud, en ocasiones, en vías de extinción. Los
rumores siempre juegan en su contra. Ninguno se ha vendido y ninguno se
venderá. Los cuatro lo tienen claro.
La estampa
Su labor está cada vez está más protegida, pero la imagen del colegiado
escoltado y acompañado por las fuerzas del orden o simplemente corriendo con un
puñado de energúmenos detrás pertenece a la historia del fútbol. «Una vez tuve
que venir desde Levante en el coche con la luna rota. Arbitramos allí yo y
Terente (en la actualidad, presidente del Comité Territorial de Árbitros de
Cantabria). Jugaba Johan Cruyff. Salimos escoltados por el furgón de la
policía. Cambiar tres ruedas y, luego, para Santander con la luna rota»,
asegura Paco.
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