El juez de la elegancia en el fútbol internacional
La vida le ha llevado a que tener siempre la maleta preparada sea ya casi un acto de costumbre. César Muñiz Fernández (Bruselas, 18-5-70) conoció desde pequeño la importancia de situarse siempre en el mejor lugar para tener la oportunidad de escoger lo más apropiado. Primero en Bélgica, donde sus padres se labraban el futuro laboral para darle lo mejor a su pequeño. Más tarde en Oviedo, donde creció el niño que soñaba con convertirse en figura del fútbol y terminaría cambiando el balón por el silbato. Por último en Gijón, adonde el amor lo llevó a fijar el centro de operaciones desde el que ahora actúa a escala internacional.
César Muñiz es la viva imagen del hombre que cuida todo al detalle. Siempre ha cultivado una impecable estética que no va en detrimento de su humildad. Hijo de emigrantes asturianos, en la capital de Asturias inició su idilio con el deporte que lo catapultaría a la popularidad. Llegó a jugar en el Juventud Estadio, pero hubo un momento en el que el respeto y los valores recibidos de su padre pudieron más que las ganas de chutar al balón. José María Muñiz Farpón, árbitro de Tercera División y juez de línea internacional, convenció al joven César de que en el deporte se necesita algo más que buenos jugadores. Y bien hizo en convencerlo.
Con 18 años inició su carrera como árbitro y ahí empezaron a aflorar dos de las virtudes que lo definen: personalidad y perseverancia. A todo ello lo unió algo que no le era ajeno, aquello que vio desde que era un «guaje»: luchar por situarse siempre en la mejor posición, la que da acceso a la mejor toma de decisiones. Unos valores que en el arbitraje son siempre sinónimo de trabajo bien hecho. La recompensa no tardaría en llegar y pronto comenzó a ascender de categoría. Tal fue su progresión que con apenas 30 años le llegó la oportunidad de ser uno de los árbitros de Primera División.
Su papel en la máxima categoría del fútbol español no defraudó, ni siquiera al más exigente de sus maestros, otra figura del arbitraje como Manuel Díaz Vega. Los reconocimientos a su labor continuarían y en 2007 comenzó a lucir la escarapela FIFA internacional. En consecuencia, CÉsar Muñiz volvería a pasar la frontera para pitar por toda Europa. Ha sido capaz de ganarse tal respeto y credibilidad, que fue el encargado de dirigir el duelo que dirimiría el campeón de la Liga rumana ante el escándalo de sobornos que sacudió El colectivo arbitral del país. Eran años en el que el amor ya había llamado a su puerta y lO llevó a cambiar su siempre querido Oviedo por el proyecto de construir en Gijón una familia que crece a pocos metros de la playa de San Lorenzo. Ellos se han convertido ahora en su principal apoyo.
Amante de cuidar cualquier mínimo detalle tanto dentro como fuera de los campos de fútbol, sigue escrupulosamente un plan para mantenerse en la mejor forma física. Se le puede ver entrenar por Las Mestas o corriendo a buen ritmo por el Muro. También hay tiempo para tomar una botella de sidra en la plaza Mayor, o disfrutar de los placeres de la buena mesa. El cronómetro que tan atentamente vigila durante los partidos también le sirve para trazar completos horarios durante el tiempo libre que le deja su otra profesión. César Muñiz es gerente de una asesoría radicada en el polígono de Asipo.
Muchos se quedan con la idea de que es un hombre distante, la que motiva ver a una persona con el pelo totalmente engominado; la piel casi permanentemente tostada y un vestir digno de pasarela. Pocos se atreven a traspasar la línea que tantos otros ya han rebasado, en la que espera el César Muñiz tímido y dispuesto a plantear alguna broma. Incluso las relacionadas con su labor arbitral, aunque las críticas arrecien por su actuación en partidos como un Madrid-Barcelona. Ya está acostumbrado a capear con todo tipo de picardías, hasta las de los futbolistas que simulan caídas en el campo o le discuten alguna decisión. Eso sí, siempre desde la educación que desde niño le han enseñado a llevar por bandera. Éste es el principal valor por el que César Muñiz se ha convertido en el juez de la elegancia del fútbol internacional.
Noticia e imagen:http://www.lne.es/César Muñiz es la viva imagen del hombre que cuida todo al detalle. Siempre ha cultivado una impecable estética que no va en detrimento de su humildad. Hijo de emigrantes asturianos, en la capital de Asturias inició su idilio con el deporte que lo catapultaría a la popularidad. Llegó a jugar en el Juventud Estadio, pero hubo un momento en el que el respeto y los valores recibidos de su padre pudieron más que las ganas de chutar al balón. José María Muñiz Farpón, árbitro de Tercera División y juez de línea internacional, convenció al joven César de que en el deporte se necesita algo más que buenos jugadores. Y bien hizo en convencerlo.
Con 18 años inició su carrera como árbitro y ahí empezaron a aflorar dos de las virtudes que lo definen: personalidad y perseverancia. A todo ello lo unió algo que no le era ajeno, aquello que vio desde que era un «guaje»: luchar por situarse siempre en la mejor posición, la que da acceso a la mejor toma de decisiones. Unos valores que en el arbitraje son siempre sinónimo de trabajo bien hecho. La recompensa no tardaría en llegar y pronto comenzó a ascender de categoría. Tal fue su progresión que con apenas 30 años le llegó la oportunidad de ser uno de los árbitros de Primera División.
Su papel en la máxima categoría del fútbol español no defraudó, ni siquiera al más exigente de sus maestros, otra figura del arbitraje como Manuel Díaz Vega. Los reconocimientos a su labor continuarían y en 2007 comenzó a lucir la escarapela FIFA internacional. En consecuencia, CÉsar Muñiz volvería a pasar la frontera para pitar por toda Europa. Ha sido capaz de ganarse tal respeto y credibilidad, que fue el encargado de dirigir el duelo que dirimiría el campeón de la Liga rumana ante el escándalo de sobornos que sacudió El colectivo arbitral del país. Eran años en el que el amor ya había llamado a su puerta y lO llevó a cambiar su siempre querido Oviedo por el proyecto de construir en Gijón una familia que crece a pocos metros de la playa de San Lorenzo. Ellos se han convertido ahora en su principal apoyo.
Amante de cuidar cualquier mínimo detalle tanto dentro como fuera de los campos de fútbol, sigue escrupulosamente un plan para mantenerse en la mejor forma física. Se le puede ver entrenar por Las Mestas o corriendo a buen ritmo por el Muro. También hay tiempo para tomar una botella de sidra en la plaza Mayor, o disfrutar de los placeres de la buena mesa. El cronómetro que tan atentamente vigila durante los partidos también le sirve para trazar completos horarios durante el tiempo libre que le deja su otra profesión. César Muñiz es gerente de una asesoría radicada en el polígono de Asipo.
Muchos se quedan con la idea de que es un hombre distante, la que motiva ver a una persona con el pelo totalmente engominado; la piel casi permanentemente tostada y un vestir digno de pasarela. Pocos se atreven a traspasar la línea que tantos otros ya han rebasado, en la que espera el César Muñiz tímido y dispuesto a plantear alguna broma. Incluso las relacionadas con su labor arbitral, aunque las críticas arrecien por su actuación en partidos como un Madrid-Barcelona. Ya está acostumbrado a capear con todo tipo de picardías, hasta las de los futbolistas que simulan caídas en el campo o le discuten alguna decisión. Eso sí, siempre desde la educación que desde niño le han enseñado a llevar por bandera. Éste es el principal valor por el que César Muñiz se ha convertido en el juez de la elegancia del fútbol internacional.
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