Yo si voy al fútbol es para insultar y desahogarme
El estadio de fútbol, el lugar idóneo para la gente sin pelos en la
lengua. Hoy en día parece que todo vale en un campo de fútbol. Tras
una dura semana en el trabajo, el aficionado con obvias necesidades
de desahogo entra feliz en el estadio. Aún no tiene pensado el porcentaje
de menosprecios que dedicará a cada una de sus víctimas
favoritas: el árbitro, los jugadores rivales, la afición visitante, el
portero que pierde un poco de tiempo, los del banderín, el niño que me molesta
porque está de pie y que sólo se dedica a tirarle pipas a los de unas filas
abajo… No se sabe si la voz respetará a este aficionado hasta el final del
partido para demostrar todo su repertorio y deleitar a sus amigos y
aficionados cercanos. ¿Qué tal ir afinando la voz en el minuto de
“silencio”? Lo que sí está claro es que él ha venido a lo que ha venido,
si no necesitara decir tacos se hubiera quedado en su casa.
El aprendizaje por imitación es evidente. Además, el
insulto crea aceptación y socializa. Al nombrar a las madres de los demás, a
los fallecidos de los árbitros o afirmar que ciertas ciudades son “putas” se
consigue un estado de bienestar y se crea una sonrisa pícara general. El
aficionado sabe que está haciendo algo malo o prohibido en algunas ocasiones
(en los estadios todo está permitido) y disfruta siendo un rebelde sin
causa. Cuando el insulto es organizado y llevado a cabo por un grupo
amplio, el éxtasis es total. Las familias, padres con sus hijos, parejas de
novios… no caben en su gozo gritando juntos, por ejemplo “puta Elche”. Se
miran con una sonrisa cómplice que no pueden esconder. Saben que de vuelta
a casa, no podrán utilizar ningún insulto contra su madre o su novia y que
deben aprovechar esta oportunidad para el desahogo.
Todo son ventajas para este aficionado. El problema vendrá cuando un
día se vea en la piel del otro. Quizás un día le toque ser aficionado
visitante y le canten “puta Granada“. O le toque ser padre de un jugador al que
la grada le canta “Cristiano muérete“. O en el peor de los casos se vea
obligado a vestir de negro, ser árbitro, por necesidades económicas y de
subsistencia por supuesto y escuche “queremos la cabeza del linier“. En ese
caso la sonrisa desaparecerá y esta persona tendrá que tomar
drásticas decisiones. 1. Callar, pero no estamos dispuestos a otorgar
nada. 2. Respuesta en iguales o mayores proporciones, es decir, pues
tú más. 3. Violencia totalmente justificada.
En definitiva, y para quien no haya entendido nada. El fútbol debe
ser sinónimo de diversión y motivo de unión. Pienso que los aficionados que
hayan viajado hasta Granada desde Elche no han disfrutado hoy.
Escuchar amenazas e insultos ha podido influir. Ellos no han merecido esta
hospitalidad. Pero se atrevieron a entrar en el territorio favorito de un
especimen de aficionados, donde todo vale. Y ya se sabe, esto es
fútbol. ¿Lo tomas o lo dejas? O quizás habría que cambiar algo…
¿Qué opinas?