El árbitro de fútbol base, ese gran olvidado

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Los que lo vemos desde dentro, siempre pretendemos defender y comprender la difícil tarea de los árbitros de fútbol profesional, sobre todo cuando nos referimos a los encargados de dirigir grandes citas a nivel nacional o, más aún, internacional. Todos intentamos comprender la tarde-noche agónica que paso Velasco Carballo en la inauguración de la Euro 2012, todos quisimos entender por qué De Jong no fue expulsado en la final del Mundial 2010, e intentamos aproximarnos a lo que estarán pensando cuando ven en las portadas de todos los periódicos y en los titulares de todos los telediarios aquella jugada complicada que ensució un arbitraje excepcional, pero que desgraciadamente pasará a la historia por ese pisotón en la mano de Leo Messi, ese codazo sobre la nariz de Luis Enrique o ese gol fantasma de Frank Lampard. Pero después de leer ciento y mucho reportajes sobre los maltratados árbitros internacionales, que también se llevan su peso en billetes verdes al final de cada encuentro, he decidido acordarme de los grandes olvidados, y que realmente sufren la ira de energúmenos descontrolados que no están en la grada entre otras cincuenta mil personas deseando tu cabeza, sino que se encuentra perfectamente situado detrás de la portería, a tan sólo diez metros de ti, y que no tendrá problemas para saltar el cordón policial inexistente para increparte, sabiendo que nadie se lo impedirá, es más, posiblemente alguien le acompañe.
Para el que no lo haya cogido todavía, estoy hablando de los árbitros de fútbol base, esos que no ocupan titulares a cuatro columnas en el Marca, ni son los llamados ‘’precursores del Villarato’’, pero que tampoco son protegidos por un equipo de policías que les acompañan desde el terreno de juego hasta el vestuario para evitar que un delegado enrabietado les amenace de muerte y se acuerde de toda su familia, ya sea viva o muerta. Porque, al  igual que es necesario proteger la cantera de futbolistas, es obligatorio hacer lo mismo con la cantera de árbitros, tarea todavía pendiente y sin vistas de progreso para el futuro. Y es que sí, un equipo de cuatro árbitros es sometido a una enorme presión cuando escucha un estadio gritar enormemente protestar una ocasión, a pesar de que el silbato les dé la razón y aun confiando en que un error del colegiado principal puede ser corregido por uno de sus asistentes. Ahora pongámonos en la situación de un árbitro de categorías pequeñas, donde, en primer lugar, va totalmente sólo, lo que no le permite consultar una jugada comprometida con nadie. Además, como aparece comentado antes, los campos de fútbol base no tienen una gran afición de treinta, cuarenta o cincuenta mil personas, pero cuenta con treinta padres enfurecidos, suficiente para poder escuchar perfectamente y sin ningún tipo de interferencia todo tipo de protestas, insultos y amenazas.
Y la mayor pena, quizá, es la cantidad de personas con la suficiente maldad como para intentar jugar una mala pasada a un profesional que sólo intenta cumplir con su función, imprescindible para el fútbol, que habitan en cada campo de cada pueblo de cada provincia de cada comunidad autónoma. Ese tipo de personas que no discrimina sexo, raza o edad, que le da igual un árbitro de treinta años, que empiezan a tener asimilado que esto es una profesión para sufrir y nada más, o un chaval de catorce o quince años que lo único que intenta es disfrutar de un deporte que le encanta desde un punto de vista que, piensa, podrá disfrutar, aunque con el paso de los años se irá concienciando de que cada vez habrá más gente que intentará entorpecer su pasión. 
Ahora me toca rectificar, esto no es lo peor que un árbitro de fútbol base se puede encontrar durante un partido, porque todavía queda hablar de la violencia en el fútbol, que existe entre jugadores, y que se ensaña con el árbitro. No es muy descabellado decir que todas las semanas podemos encontrar casos de colegiados que han tenido que entrar al vestuario corriendo y abriéndose paso entre padres agresivos y madres desesperadas, y que no hubiera podido salir del mismo sin la intervención de las fuerzas del orden público. O casos de personajes que saltan al campo con la única intención de ‘’partirte la cara’’, en algunos casos con éxito. Pero claro, la ‘’respetable’’ gente de los grandes medios (entiéndase con tono irónico) nunca tendrá espacio suficiente en sus columnas para denunciar estos actos que algunos vivimos semana tras semana durante toda una trayectoria profesional. Y es una pena, porque si sólo uno se tomara la molestia de iniciar una campaña contra todo este tipo de actos, en lugar de llenar los periódicos, páginas webs y programas de televisión y radio destacando los malos que son los árbitros, esta profesión podría ser una afición perfectamente disfrutable, como cualquier otra.
Artículo escrito por: Juan Marín (Vavel)

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