El peligro por ser árbitro es cada vez más grande

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El arbitraje boliviano está golpeado. El ataque a tres de sus miembros, el domingo en Sucre, después de un partido entre Universitario y Bolívar por el torneo Apertura de la Liga, ha puesto en estado de emergencia a este gremio importante del fútbol nacional. Ya no se trata solo de remar en contra de lo habitual —disconformidad, insultos, amenazas—, sino que ahora su propia vida está en riesgo.
Ese día —tras la derrota del equipo local— el asunto tocó fondo con algo que nunca antes había sucedido en el balompié boliviano profesional. El árbitro Gery Vargas y sus asistentes Marco Palma y Bruno Martínez fueron víctimas de una emboscada al salir del estadio Patria. El tercero de estos hombres fue atacado con un arma blanca por la espalda, además recibió innumerables golpes en el cuerpo y el rostro. De milagro no pasó a mayores.
Los árbitros admiten que su labor es riesgosa. Casi todos tienen alguna experiencia mala, sin embargo no al extremo de lo ocurrido recién en la capital. ¿Qué pasa con los jugadores que no respetan sus decisiones o con los dirigentes que por lo general les echan la culpa? ¿Por qué los hinchas están empezando a reaccionar de tan mala manera? ¿No debería haber un grado de tolerancia?
“El fútbol no es un deporte perfecto, por qué pedir que el arbitraje lo sea”, parafrasean algunos jueces, recogiendo una expresión mundial lanzada por el exárbitro italiano Pierluigui Colina.
“Todos fallamos en el ámbito del fútbol, en una u otra medida, entonces es ilógico pedirle perfección al arbitraje, porque nosotros también somos seres humanos. En el Mundial de Brasil 2014  hubo muchos errores pese a que los colegas tuvieron más de dos años de preparación. Con el apoyo logístico, de tecnología, concentración, igual hubo fallas y siempre las habrá porque el error es parte del fútbol”, según el exárbitro Víctor Balderrama, secretario de la Comisión Superior de Árbitros de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).
En todas partes del mundo los árbitros son “culpables” si a un equipo le va mal. En Bolivia también son un blanco en las canchas y fuera de ellas. Y, según Balderrama, la violencia está creciendo de manera peligrosa en el país. No todos los árbitros quieren aparecer y es lógico el temor que tienen por las represalias.
“Lo ocurrido en Sucre debe hacer sonar las alarmas de todos, porque creemos que el espectáculo del fútbol está en riesgo. Tocó que sea a un árbitro y aún no hay grandes pronunciamientos, pero si el agredido hubiera sido un dirigente o un futbolista seguro que se paraba todo, habría escándalo, Fabol habría amenazado con parar el fútbol. Nosotros queremos que se le dé la misma importancia a nuestro gremio”, aseguro un árbitro en actividad.
En 2006, el FIFA Marcelo Ortubé, hoy presidente del Comité de Árbitros de la FBF, sufrió en carne propia una agresión física cuando en Tarija hubo una invasión al campo de juego de parte de los aficionados de Ciclón que golpearon a jugadores de Destroyers y a él mismo. Logró salvarse.  
“Queremos que nunca más se repita lo de Sucre o se den situaciones mayores, o que un árbitro tenga que ser golpeado. Eso denigra a las personas y a los grupos sociales”, en opinión de Ortubé, quien el miércoles presentó ante la FBF el documento de la Asociación Boliviana de Árbitros de Fútbol (ABAF) anunciando su decisión de no dirigir más si sus demandas no son atendidas.
Los árbitros —agregó— se comprometen a cumplir con su mejor preparación, ingresan a la cancha mentalizados a desarrollar una gran labor, pero también se les debe otorgar las garantías del caso. En cambio, hoy llegan, están y se van solos en cada ciudad que visitan, y eso los deja vulnerables para sufrir cualquier agresión, eso debe cambiar.
“En el mundo, quienes asisten a un encuentro de fútbol no deben olvidarse que un árbitro o un asistente de línea es igual un ser humano, como ellos, que puede ser padre, esposo, hijo o hermano, a quien su familia lo espera en casa luego de que cumpla su trabajo”, reflexionó Freddy Paita, presidente de la ABAF.
Artículo escrito por Rafael Sempértegui  en La Razón


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