Un árbitro que se retira respetado
El deporte es un modo de vida y eso casi no admite objeciones. Pero también se necesita de quien haga cumplir las reglas: un árbitro. Tal vez el personaje menos querido, y sólo algunas veces respetado.
Nunca pude entenderlo. Esa cuestión de tres tipos vestidos de negro ingresando y el insulto y la silbatina generalizada de todo un estadio, como si tratara de la llegada de los enemigos más recalcitrantes que alguien pueda imaginar.
Tres hombres impávidos mirando al frente como si nada pasara, con el que va al centro de los tres portando la pelota con la que habrá de disputarse un partido de fútbol. Nunca pude comprender esa actitud hostil "por si acaso", por lo que pudiera venir, en 90 minutos de un partido cualquiera.
Algo que ni siquiera tiene explicación en esa presunta pasión que el juego genera que, dicen, mantendría en 180 las pulsaciones de los protagonistas, y también de los hinchas.
Insultos a la familia, sin obviar madres y hermanas de los réferes de fútbol; y a veces, también, la agresión física artera y casi siempre anónima y solapada de la que es imposible defenderse.
¿Por qué árbitros?
Es incomprensible la actitud de la turba -que en eso se convierte una multitud masificada y sin razón-; pero tampoco es posible percibir por qué alguien tiene esa necesidad de exponerse. Estarán los que sienten vocación por imponer justicia, o los que arbitran por una necesidad económica -por qué no-, y algunos que encuentran una posibilidad de estar cerca de un deporte que les gusta y del que no pudieron ser partícipes directos, como jugadores, por la circunstancia que fuera.
Se me ocurre, además, que hay una cierta cuota de masoquismo en quienes sienten los insultos golpearles la cara, y los aceptan -o los toleran al menos- como un desafío más en su responsabilidad de impartir justicia en una cancha. Porque me parece que es imposible no tratar de mirar a los ojos al que insulta, como preguntando por qué... En ese contexto se mueven los jueces de fútbol.
Pocos son reconocidos.
Algunos árbitros, tal vez los menos, superan el paso por la profesión con cierto prestigio, y consiguen un reconocimiento que -aunque los insultos siempre existirán- los ubica cerca de la consideración que a veces tienen los buenos jugadores de fútbol. Si pensamos en el orden nacional puede decirse que Horacio Elizondo, Héctor Baldassi y alguno que otro más, superaron la media y son registrados como personajes importantes del deporte y son respetados. Eso es, respetados.
¿Y en nuestro fútbol lugareño? Obvio, todo tiene menos trascendencia que ese fútbol profesional con el que nos atosigan todo el tiempo por TV, pero también tiene sus peculiaridades. Como por ejemplo -en el caso de los árbitros- ingresar a una cancha y advertir que, muchas veces los insultos vienen de caras más o menos conocidas, con las que al otro día probablemente se puedan volver a encontrar en las calles. Y esto, de alguna manera, podría aparecer aún como más violento, considerando que los que llegan a la agresión verbal son algo así como vecinos que pueden ser perfectamente identificados, porque no alcanzan a hacerse anónimos entre una multitud que casi nunca se reúne en nuestros estadios.
El agrimensor árbitro.
Alejandro Javier Juan (42) -el árbitro que "no tiene apellido"-, es un caso particular, porque podría decirse que ha superado la media general y consiguió el respeto de la gente. Más allá que tampoco, como todos, no pudo eludir los insultos que algunos pretenden es parte del folklore del fútbol.
Alejandro es, en su vida privada, agrimensor, y abrazó el arbitraje casi impensadamente en Bahía Blanca, precisamente mientras hacía su carrera universitaria.
Casado con María Eugenia, tienen dos hijos, Santiago (10), precoz futbolista de La Barranca; y Sofía (6) a la que le gusta la danza. En su linda casa de la zona quintas, la familia completa participa de la charla con Alejandro, y por allí aporta algún que otro dato. "A veces, cuando las cosas no le salían del todo bien en un partido venía un poco serio, igual que si pasa alguna cosa en el trabajo, pero en general es bastante tranquilo", lo define su esposa.
El fútbol y el estudio.
"Mi padre se llama Hugo, es jubilado del Servicio Penitenciario; y mi mamá Adelina; y mi hermano menor Sergio vive en Mar del Plata. Vivíamos en Colonia Escalante, y fui a la primaria a la Escuela 6; y a la secundaria en la EPET, donde me recibí de técnico electromecánico".
Alejandro jugó al fútbol en Deportivo Penales, en un equipo que integraban también "Carita" Durante, Pepo Seibel, Miguel Giuliani y el Monito Flores; y cuando el club dejó de hacer fútbol pasaron en bandada a Atlético Santa Rosa. Más tarde jugó en Rácing de Castex, en un tiempo que dirigía Juan Carlos "Colores" Facio, ícono del fútbol provincial. "Yo era delantero, encarador... pero después me dediqué por un tiempito al rugby. Vino la decisión de estudiar Agrimensura y me establecí en Bahía Blanca... un día llegaron a la universidad a ofrecer hacer el curso de árbitro de fútbol, y me inscribí. Empecé a dirigir a los juveniles en la Liga del Sur y fue un acierto porque con eso, con lo que me pagaban, me pude bancar los estudios", rememora. En 1998 logró el título de Agrimensor y regresó a Santa Rosa.
Dirigió 7 finales del Provincial.
Alejandro es una persona meticulosa y tiene a mano todas las planillas (o copias) de los partidos que dirigió: 223 de las ligas Cultural y Pampeana, y las 162 del Torneo Argentino que arbitró. Prolijamente ordenados los papeles muestran que -¡todo un récord-, le tocó dirigir en 7 finales del Torneo Provincial.
El primer partido en la Cultural en primera fue "un Deportivo Arizona 4 Winifreda 3 el 9 de mayo de 1999, y hubo dos expulsados y cuatro tarjetas amarillas", dice con una precisión asombrosa. De allí en adelante se convertiría en el mejor referí de la zona, casi sin discusión. Eso considerando que Pablo Giménez, otro referente de nuestro arbitraje -sí participó mucho en Torneo Argentino- casi no jugó en canchas pampeanas.
Cómo arbitraba.
Nuestros estadios lugareños no suelen exhibir tribunas prietas y rumorosas; pero Alejandro sí tuvo la suerte de arbitrar en canchas como las de Cipolletti, Estudiantes de Olavarría, Olimpo de Bahía Blanca, y también en otros escenarios mendocinos y sanjuaninos, donde sí se jugaba ante verdaderas multitudes.
¿Cómo arbitraba? Lo he visto en sus primeras épocas, y se podía decir que estaba cerca de la jugada, con excelente estado físico y que conocía a la perfección las reglas; aunque a veces se excedía en la utilización de la tarjeta amarilla. Obviamente el paso del tiempo le fue dando la cancha para ir manejando mejor los partidos y la relación con los protagonistas y se constituyó en uno de los mejores de la zona. En la última etapa -y se lo comenté- lo vi más permisivo; admitiendo que en algunas protestas los jugadores lo rodearan y lo "conversaran".
Señala que en general tuvo buena relación con los futbolistas, aunque reconoce algunos más mañeros "pero buena gente" (¿Sergio Guerra?); y menciona a otros como verdaderos caballeros. "Juan Carlos Aymú era un ejemplo", elogia.
Alejandro se ríe y lo admite: "Quizás sea verdad, te vas relajando un poco... y a lo mejor pasó algo de eso. Pero estoy muy conforme con lo que hice, porque mirá que hice kilómetros y kilómetros para ir a dirigir...".
Ruta, peligro.
"¿Si tuve miedo por lo que pudiera pasar en una cancha? La verdad que no, pero lo que daba miedo era la ruta, porque él mismo iba manejando y volvían enseguida de los partidos, cansados... De eso sí tuve miedo", cuenta María Eugenia. Y lo mismo dice Alejandro: "Es lo único, porque muchos compañeros de arbitraje, contemporáneos, perdieron la vida en las rutas... y eso sí era más peligroso que los partidos", completa.
En 2011 jugó su último partido de orden nacional: una final entre Atlético Coronel Suárez y Fortín Olavarría, a estadio lleno y por televisión para todo el país. El 4 de mayo de este año, en cancha de Belgrano, El Pelado Saffeni le iba a dar el triunfo a All Boys sobre los tricolores. El pitazo final del partido fue también el de la despedida de Juan.
"Estaba tranquilo. Podía haber seguido, por edad y porque me sentía bien, pero me parecía que ya había hecho todo lo que me propuse en el arbitraje y me fui feliz... Hoy estoy en otra etapa, buscando algo que reemplace aquella actividad. ¿Tal vez atletismo? Puede ser, por qué no".
Se fue respetado y en el fútbol, en el arbitraje, y en la vida no es fácil. Por eso tiene que estar muy satisfecho Alejandro. Claro que sí.
Cuando quisieron sobornarlo.
"¡Arbitro bombero!, ¡vendido!", son delicadezas que les gritan en el fútbol. Hay ejemplos de situaciones poco claras que dejan lugar a la duda; pero también muchas actitudes dignas que no siempre se conocen.
Alejandro Juan tiene una anécdota que en su momento resultó una amargura, pero que ahora, pasado el tiempo, es una medalla que podrá exhibir ante sus hijos. "Estábamos en Roca, e íbamos a dirigir ese mismo día al Deportivo local con Liniers de Bahía... supongo que nos estarían 'pispeando', y cuando mis colaboradores bajaron a almorzar en el hotel me pasaron el teléfono: 'Señor, aquí en el lobby lo espera un periodista', me dijeron. Bajé, el tipo empezó a hablar, como enojado, y a decir que Roca nunca ganaba, que lo perjudicaban, y 'hoy tiene que ganar. Tomá, te doy los diarios', completó y se fue. No supe qué hacer, hasta que de entre los diarios cayó un sobre al piso: ahí estaba la guita. Dije '¡la puta que lo parió!', y con la conserje que miraba llamamos a la policía. Hice la denuncia y enseguida fui al estadio porque se jugaba a las 5 de la tarde. Llamé a los dirigentes de los dos clubes, expliqué lo que pasó y salimos a jugar: a los 3 minutos gol de Roca; al rato empate de Liniers. Después eché a uno de Roca y de esa jugada gol de Liniers, que ganó 2 a 1. La policía nos custodió hasta que salimos de Río Negro. Después la gente de Roca se disculpó y del Consejo Federal enviaron una nota", cuenta. Allí se indicaba que su actitud había sido "de gran relevancia", y destacaban que "enaltecía su moral como hombre de bien y de vocación". Claro que sí, como una medalla.
Masoquistas futboleros.
La cancha de Cipolletti es un templo futbolero del interior en el que muchas veces estuve para seguir como periodista a algunos equipos pampeanos. Alejandro Juan recuerda con detalles aquel partido del Argentino A donde se jugaba mucho y Juventud Unida de San Luis se oponía al local. Alejandro caminó tranquilo por el camino que lo depositaría en el verde césped. "Cuando abrieron la manga y me asomé fue una silbatina estrepitosa y unánime... era toda para mí. ¡Fue hermoso! Una de esas tardes que nunca podré olvidar", dice ahora a la distancia con una sonrisa. Si esto no es estar un poco loco...
Noticia: http://www.laarena.com.ar/
Nunca pude entenderlo. Esa cuestión de tres tipos vestidos de negro ingresando y el insulto y la silbatina generalizada de todo un estadio, como si tratara de la llegada de los enemigos más recalcitrantes que alguien pueda imaginar.
Tres hombres impávidos mirando al frente como si nada pasara, con el que va al centro de los tres portando la pelota con la que habrá de disputarse un partido de fútbol. Nunca pude comprender esa actitud hostil "por si acaso", por lo que pudiera venir, en 90 minutos de un partido cualquiera.
Algo que ni siquiera tiene explicación en esa presunta pasión que el juego genera que, dicen, mantendría en 180 las pulsaciones de los protagonistas, y también de los hinchas.
Insultos a la familia, sin obviar madres y hermanas de los réferes de fútbol; y a veces, también, la agresión física artera y casi siempre anónima y solapada de la que es imposible defenderse.
¿Por qué árbitros?
Es incomprensible la actitud de la turba -que en eso se convierte una multitud masificada y sin razón-; pero tampoco es posible percibir por qué alguien tiene esa necesidad de exponerse. Estarán los que sienten vocación por imponer justicia, o los que arbitran por una necesidad económica -por qué no-, y algunos que encuentran una posibilidad de estar cerca de un deporte que les gusta y del que no pudieron ser partícipes directos, como jugadores, por la circunstancia que fuera.
Se me ocurre, además, que hay una cierta cuota de masoquismo en quienes sienten los insultos golpearles la cara, y los aceptan -o los toleran al menos- como un desafío más en su responsabilidad de impartir justicia en una cancha. Porque me parece que es imposible no tratar de mirar a los ojos al que insulta, como preguntando por qué... En ese contexto se mueven los jueces de fútbol.
Pocos son reconocidos.
Algunos árbitros, tal vez los menos, superan el paso por la profesión con cierto prestigio, y consiguen un reconocimiento que -aunque los insultos siempre existirán- los ubica cerca de la consideración que a veces tienen los buenos jugadores de fútbol. Si pensamos en el orden nacional puede decirse que Horacio Elizondo, Héctor Baldassi y alguno que otro más, superaron la media y son registrados como personajes importantes del deporte y son respetados. Eso es, respetados.
¿Y en nuestro fútbol lugareño? Obvio, todo tiene menos trascendencia que ese fútbol profesional con el que nos atosigan todo el tiempo por TV, pero también tiene sus peculiaridades. Como por ejemplo -en el caso de los árbitros- ingresar a una cancha y advertir que, muchas veces los insultos vienen de caras más o menos conocidas, con las que al otro día probablemente se puedan volver a encontrar en las calles. Y esto, de alguna manera, podría aparecer aún como más violento, considerando que los que llegan a la agresión verbal son algo así como vecinos que pueden ser perfectamente identificados, porque no alcanzan a hacerse anónimos entre una multitud que casi nunca se reúne en nuestros estadios.
El agrimensor árbitro.
Alejandro Javier Juan (42) -el árbitro que "no tiene apellido"-, es un caso particular, porque podría decirse que ha superado la media general y consiguió el respeto de la gente. Más allá que tampoco, como todos, no pudo eludir los insultos que algunos pretenden es parte del folklore del fútbol.
Alejandro es, en su vida privada, agrimensor, y abrazó el arbitraje casi impensadamente en Bahía Blanca, precisamente mientras hacía su carrera universitaria.
Casado con María Eugenia, tienen dos hijos, Santiago (10), precoz futbolista de La Barranca; y Sofía (6) a la que le gusta la danza. En su linda casa de la zona quintas, la familia completa participa de la charla con Alejandro, y por allí aporta algún que otro dato. "A veces, cuando las cosas no le salían del todo bien en un partido venía un poco serio, igual que si pasa alguna cosa en el trabajo, pero en general es bastante tranquilo", lo define su esposa.
El fútbol y el estudio.
"Mi padre se llama Hugo, es jubilado del Servicio Penitenciario; y mi mamá Adelina; y mi hermano menor Sergio vive en Mar del Plata. Vivíamos en Colonia Escalante, y fui a la primaria a la Escuela 6; y a la secundaria en la EPET, donde me recibí de técnico electromecánico".
Alejandro jugó al fútbol en Deportivo Penales, en un equipo que integraban también "Carita" Durante, Pepo Seibel, Miguel Giuliani y el Monito Flores; y cuando el club dejó de hacer fútbol pasaron en bandada a Atlético Santa Rosa. Más tarde jugó en Rácing de Castex, en un tiempo que dirigía Juan Carlos "Colores" Facio, ícono del fútbol provincial. "Yo era delantero, encarador... pero después me dediqué por un tiempito al rugby. Vino la decisión de estudiar Agrimensura y me establecí en Bahía Blanca... un día llegaron a la universidad a ofrecer hacer el curso de árbitro de fútbol, y me inscribí. Empecé a dirigir a los juveniles en la Liga del Sur y fue un acierto porque con eso, con lo que me pagaban, me pude bancar los estudios", rememora. En 1998 logró el título de Agrimensor y regresó a Santa Rosa.
Dirigió 7 finales del Provincial.
Alejandro es una persona meticulosa y tiene a mano todas las planillas (o copias) de los partidos que dirigió: 223 de las ligas Cultural y Pampeana, y las 162 del Torneo Argentino que arbitró. Prolijamente ordenados los papeles muestran que -¡todo un récord-, le tocó dirigir en 7 finales del Torneo Provincial.
El primer partido en la Cultural en primera fue "un Deportivo Arizona 4 Winifreda 3 el 9 de mayo de 1999, y hubo dos expulsados y cuatro tarjetas amarillas", dice con una precisión asombrosa. De allí en adelante se convertiría en el mejor referí de la zona, casi sin discusión. Eso considerando que Pablo Giménez, otro referente de nuestro arbitraje -sí participó mucho en Torneo Argentino- casi no jugó en canchas pampeanas.
Cómo arbitraba.
Nuestros estadios lugareños no suelen exhibir tribunas prietas y rumorosas; pero Alejandro sí tuvo la suerte de arbitrar en canchas como las de Cipolletti, Estudiantes de Olavarría, Olimpo de Bahía Blanca, y también en otros escenarios mendocinos y sanjuaninos, donde sí se jugaba ante verdaderas multitudes.
¿Cómo arbitraba? Lo he visto en sus primeras épocas, y se podía decir que estaba cerca de la jugada, con excelente estado físico y que conocía a la perfección las reglas; aunque a veces se excedía en la utilización de la tarjeta amarilla. Obviamente el paso del tiempo le fue dando la cancha para ir manejando mejor los partidos y la relación con los protagonistas y se constituyó en uno de los mejores de la zona. En la última etapa -y se lo comenté- lo vi más permisivo; admitiendo que en algunas protestas los jugadores lo rodearan y lo "conversaran".
Señala que en general tuvo buena relación con los futbolistas, aunque reconoce algunos más mañeros "pero buena gente" (¿Sergio Guerra?); y menciona a otros como verdaderos caballeros. "Juan Carlos Aymú era un ejemplo", elogia.
Alejandro se ríe y lo admite: "Quizás sea verdad, te vas relajando un poco... y a lo mejor pasó algo de eso. Pero estoy muy conforme con lo que hice, porque mirá que hice kilómetros y kilómetros para ir a dirigir...".
Ruta, peligro.
"¿Si tuve miedo por lo que pudiera pasar en una cancha? La verdad que no, pero lo que daba miedo era la ruta, porque él mismo iba manejando y volvían enseguida de los partidos, cansados... De eso sí tuve miedo", cuenta María Eugenia. Y lo mismo dice Alejandro: "Es lo único, porque muchos compañeros de arbitraje, contemporáneos, perdieron la vida en las rutas... y eso sí era más peligroso que los partidos", completa.
En 2011 jugó su último partido de orden nacional: una final entre Atlético Coronel Suárez y Fortín Olavarría, a estadio lleno y por televisión para todo el país. El 4 de mayo de este año, en cancha de Belgrano, El Pelado Saffeni le iba a dar el triunfo a All Boys sobre los tricolores. El pitazo final del partido fue también el de la despedida de Juan.
"Estaba tranquilo. Podía haber seguido, por edad y porque me sentía bien, pero me parecía que ya había hecho todo lo que me propuse en el arbitraje y me fui feliz... Hoy estoy en otra etapa, buscando algo que reemplace aquella actividad. ¿Tal vez atletismo? Puede ser, por qué no".
Se fue respetado y en el fútbol, en el arbitraje, y en la vida no es fácil. Por eso tiene que estar muy satisfecho Alejandro. Claro que sí.
Cuando quisieron sobornarlo.
"¡Arbitro bombero!, ¡vendido!", son delicadezas que les gritan en el fútbol. Hay ejemplos de situaciones poco claras que dejan lugar a la duda; pero también muchas actitudes dignas que no siempre se conocen.
Alejandro Juan tiene una anécdota que en su momento resultó una amargura, pero que ahora, pasado el tiempo, es una medalla que podrá exhibir ante sus hijos. "Estábamos en Roca, e íbamos a dirigir ese mismo día al Deportivo local con Liniers de Bahía... supongo que nos estarían 'pispeando', y cuando mis colaboradores bajaron a almorzar en el hotel me pasaron el teléfono: 'Señor, aquí en el lobby lo espera un periodista', me dijeron. Bajé, el tipo empezó a hablar, como enojado, y a decir que Roca nunca ganaba, que lo perjudicaban, y 'hoy tiene que ganar. Tomá, te doy los diarios', completó y se fue. No supe qué hacer, hasta que de entre los diarios cayó un sobre al piso: ahí estaba la guita. Dije '¡la puta que lo parió!', y con la conserje que miraba llamamos a la policía. Hice la denuncia y enseguida fui al estadio porque se jugaba a las 5 de la tarde. Llamé a los dirigentes de los dos clubes, expliqué lo que pasó y salimos a jugar: a los 3 minutos gol de Roca; al rato empate de Liniers. Después eché a uno de Roca y de esa jugada gol de Liniers, que ganó 2 a 1. La policía nos custodió hasta que salimos de Río Negro. Después la gente de Roca se disculpó y del Consejo Federal enviaron una nota", cuenta. Allí se indicaba que su actitud había sido "de gran relevancia", y destacaban que "enaltecía su moral como hombre de bien y de vocación". Claro que sí, como una medalla.
Masoquistas futboleros.
La cancha de Cipolletti es un templo futbolero del interior en el que muchas veces estuve para seguir como periodista a algunos equipos pampeanos. Alejandro Juan recuerda con detalles aquel partido del Argentino A donde se jugaba mucho y Juventud Unida de San Luis se oponía al local. Alejandro caminó tranquilo por el camino que lo depositaría en el verde césped. "Cuando abrieron la manga y me asomé fue una silbatina estrepitosa y unánime... era toda para mí. ¡Fue hermoso! Una de esas tardes que nunca podré olvidar", dice ahora a la distancia con una sonrisa. Si esto no es estar un poco loco...
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