El riesgo está en Regional
Héctor Giner es un ejemplo de libro de niño con vocación por el arbitraje. Dejó de jugar al fútbol a los 14 años y se inscribió en el colegio valenciano de árbitros, donde pasó por las distintas categorías infantiles hasta llegar a pitar, en su tercera temporada, partidos de mayores, en Segunda Regional. Todo le iba rodado, en dos años no había tenido ningún incidente, pero un domingo, en Burjassot (Valencia), un jugador de 27 años del Mislata le atacó salvajemente y le destrozó el bazo. Tras pasar la tarde del lunes con la víctima, Antonio Mateu Lahoz, árbitro internacional y encargado de la formación de los árbitros de la Comunidad Valenciana, quedó impresionado por “la entereza” del chico, que había perdido el bazo y tres litros de sangre tras la agresión; y por su “responsabilidad”, angustiado por si iba a poder concentrarse para las pruebas de acceso a la universidad. “El arbitraje te hace madurar muy pronto”, explica Mateu, “llegas al campo y tienes que hablar con los delegados, los capitanes, llenar las actas…”. Por su trabajo, Héctor percibió 51 euros (45 como base y el resto por el desplazamiento desde su barrio valenciano en Benicalap).
En España hay unos 15.000 árbitros. Los chicos comienzan a dirigir partidos a los 14 años, edad recomendada por los comités territoriales de árbitros. En sus tres primeros duelos, irán acompañados por una especie de tutor o árbitro experimentado. La edad no es un problema, dice Mateu. “Messi debutó a los 16 años en Primera. Independientemente de la edad, un desalmado puede atacar en cualquier circunstancia”.
“El árbitro empieza desde abajo”, interviene Antonio Jesús López Nieto, vocal del Comité Profesional de Árbitros, “con alevines, infantiles y juveniles hasta llegar a Regional, donde con 16 o 17 años se puede encontrar con jugadores de 30. Para llegar a la élite, con 26 años ya debe estar en Tercera División”. Los chavales superan una serie de pruebas físicas y de conocimiento de las reglas del juego. La preparación psicológica llega con el tiempo y la experiencia. “No se les prepara para lo que pueda pasar porque si fuera así, no entraría nadie”, admite López Nieto. “No se trata de preparar gladiadores, sino personas fuertes durante el partido”.
Además de la ocasional violencia explícita, los árbitros deben enfrentarse a la agresividad de los jugadores, directivos y aficionados (muchos padres en el caso del fútbol de niños). En la mayoría de los campos existe un informador del Comité de Árbitros que analiza su labor y también le sirve de soporte en circunstancias desagradables como en Burjassot. Allí, Héctor Giner fue socorrido por su padre, José, y por un informador, que avisaron a la ambulancia. Los equipos, además, tanto Los Silos como el Mislata, ayudaron a reducir al agresor. “Todos deben implicarse para evitar la violencia: jugadores, directivos, clubes…”, opina el psicólogo Manuel López Fernández; “todos llevamos un árbitro dentro del mismo modo que llevamos un entrenador, así que la crítica debería ir acompañada de una autocrítica. Hay respuestas desde la educación y la vía punitiva”. La Asociación de Futbolistas Españoles mostró su solidaridad con el joven árbitro agredido.
“En mi época (los años setenta y ochenta)”, recuerda López Nieto, “había muchas más agresiones sobre todo en los campos de Regional. Yo lo sufrí en propia carne: he sido agredido por parte del público o de algún jugador. Con las medidas disciplinarias y las campañas de concienciación de las territoriales se ha bajado el nivel de violencia, pero siempre va haber reyertas y casos aislados. El riesgo sigue en Regional”. El juez de línea holandés Ricard Niuwehuizen es la última víctima mortal en Europa. Falleció en diciembre pasado tras ser golpeado por un grupo de juveniles en un encuentro que dirigía en Almere (Holanda).
“En 21 años”, añade Mateu, “no me ha pasada nada porque he sido afortunado. Cuando yo empecé la violencia era mucho más frecuente; cada vez pasa menos pero hay que ayudar a las víctimas como Héctor. No solo ahora sino cuando haya pasado el tiempo”.
En los años ochenta, la Guardia Civil tenía una gran presencia en el fútbol regional. “Si no había Guardia Civil, no había partido”, apunta López Nieto. “Hoy es imposible por la cantidad de partidos que hay. Solo en los de alto riesgo, los comités territoriales piden su presencia”.
El fútbol de élite es otra historia. Las agresiones son menos graves y menos frecuentes. Dani Benítez, el delantero del Granada, fue suspendido en la primavera pasada por lanzar una botella llena de agua contra el rostro de Clos Gómez. Y en abril de 2012, el asistente César David Escribano recibió el impacto de un objeto lanzado desde la grada del Cartagonova, en Segunda División.
Artículo escrito por Cayetano Ros en El País
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