Muchachos, esto es fútbol
En el deporte, como en la vida, existen dos o tres axiomas que están por encima de cualquier circunstancia, y que superan inclusive cualquier esquema de valores y cualquier juicio moral. Uno de esos axiomas dice que, indefectiblemente, en cualquier dialéctica existe la posibilidad de la derrota. Es la misma existencia de la derrota la que le otorga posibilidad de ser a la victoria, y no se trata de un discurso sobre fair play, sino sobre las leyes naturales que rigen nuestro universo. Si se acepta como posible el dilema, si seduce la posibilidad de la victoria, es inevitable aceptar entonces que es posible la derrota.
Hablando exclusivamente de fútbol, existe más de una variable que inclina la balanza hacia uno de los dos resultados posibles. Se dice que la más importante debería ser el "juego”: es deseable que gane el mejor. ¿Pero cómo se determina quién es el mejor? ¿Es mejor el equipo que más arriesga, el que más se entrena, el que mejor defiende, o el que cuenta entre sus líneas con los mejores valores individuales? La pregunta no viene a reabrir un debate de formas, sino a poner en evidencia que ni siquiera el juego estricto es un factor absoluto que puede decidir entre quien gana y quien pierde.
Y si ni siquiera el fútbol es suficiente para definir el resultado de un partido de fútbol, es evidente el rol que juegan todos los factores aparte de la estricta excelencia en el juego. Juega un rol el clima, juega un rol la cancha, juegan un rol las hinchadas, y por supuesto que juega un rol el árbitro.
Si se aceptó la contienda, si se
aceptaron tanto la posibilidad de la victoria como de la derrota, se debe
aceptar el sometimiento a las reglas que, más allá del juego, también son parte
del juego.
Y como esto es fútbol, el error del árbitro también forma parte del juego. El árbitro se puede equivocar, y en ese error va influir en el desarrollo y en el resultado, de la misma manera que también influye con sus aciertos.
Si nosotros como jugadores de
fútbol aceptamos que puede existir un equipo más mezquino, sin negar por eso la
victoria; si aceptamos que un desnivel en la cacha puede hacer que la pelota
pique mal y causar un gol; si aceptamos que jugar con lluvia es más divertido
porque la pelota se mueve más rápido y es más fácil barrerse; ¿Cómo no aceptar
que un árbitro puede equivocarse y con ese error tener influencia en el
partido?
El incidente que protagonizó Campos de Echeverría en la final con Malibú, desafió esta lógica. Apenas sancionado el segundo penal a favor de Malibú, el referee debió escapar corriendo de los golpes, los insultos y el sinsentido general de toda la situación. El visitante no solamente impidió que el partido terminara, sino que con su ejemplo enseñó que si la lógica del juego escapa a los propios deseos, la reacción adecuada es la violencia y la negación. Dejando de lado el acto cobarde de atacar en una pelea desigual en el número –cuando diez o doce le quieren pegar a tres –, y en la condición, -el referee, a diferencia de los jugadores, está en su horario de trabajo y debe atenerse a los códigos del mismo si quiere conservarlo-, la actitud de algunos jugadores dejó como enseñanza que ante la derrota, no solamente dejan de importar los valores individuales, sino que también la lógica deja de importar.
La actuación del referee fue
cuestionable; es cierto. Sancionó un primer penal que fue, cuanto menos,
dudoso. Pero en un partido difícil, donde ya habían existido escaramuzas,
cruces verbales, algunas patadas de más e inclusive la patética escena de un
simpatizante de Malibú ingresando a la cancha y empujando al capitán visitante,
también fue un gesto de valentía de parte del árbitro el haber sancionado ese
penal. Él cumplió con lo que las reglas demandan.
Equivocado o no, sancionó una situación
dudosa guiandose según su juicio y sin dejarse influir por el contexto, que es
exactamente lo que su posición demanda. Hubiese sido más fácil no cobrar el
penal.
Pero esto es fútbol, y el árbitro
actuó en consecuencia, incluso si hubiera estado equivocado. La reacción de
algunos jugadores de Campos, escapa a todos los principios del deporte, y le
quitó valor a un torneo casi perfecto, que lo tuvo invicto hasta la última
fecha.
La enseñanza que dejó fue en todo
sentido la equivocada. No solamente desde una perspectiva reglamentaria, ética
y moral; sino también desde la lógica estricta que rige el fútbol y que rige el
mundo. Campos de Echeverría igual perdió.
Fuente: El Diario Sur
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