Mirta Mamaní, la “señora referee”. Por El Poeta del Fútbol
Cuando los ingleses
trajeron el “fóbal” al puerto de Buenos Aires y se expandió por los
ferrocarriles por las arterias viscerales de nuestra patria futbolera, lejos
estábamos de imaginar que la mujer –bendita compañera idónea, como dice la
Biblia– nos seguiría por el camino loco y cósmico del maravilloso fútbol. De
allí su presencia en las comisiones de mujeres en los albores de los clubes y
ocupando las gradas o las plateas femeninas en los “field” de los partidos.
Pero jamás nadie
imaginó que la vorágine del tiempo nos llevaría de la época de “los ingleses
locos” al fútbol galáctico de la nueva era con las féminas acariciando la
globa, con sus zapatos y el hálito alegre de un grito de gol. Por estos
contemporáneos días, el mundo y nuestro doméstico balompié, ya tienen el
glamour sobre sobre las alfombras verdes que saben ahora de delicadas fintas y
un poco de “rush”.
Pero en esta parte
de la “Patria futbolera”, como pionera de otro protagonismo, las mujeres vieron
el advenimiento, en algún momento, de ellas incursionando en el ingrato rol del
“referato”, ese mundillo de las investiduras negras (ahora con alternativos
cromas) de los que jamás (salvo sus familias) tendrán hinchada.
Así llegó a las
aulas entre otras pretendientes , la señora Mirta Mamaní con su decisión,
seriedad y empeño aprendiendo la nomenclatura del reglamento y el vademécum
para las picardías de los jugadores que más tarde la mirarían actuar, mirándola
de arriba abajo, con ese desdén fundamentalista que no admite que el fútbol no
solo es para los machos.
Pero Mirta Mamaní
logró sobrevivir cuando le tocó primero levantar la banderita como “linesman”
en una tarde en la que sintió la primera “boconeada” de un jugador y los
inevitables insultos de los partidarios del tablón.
Ella no tuvo –entre aciertos
o deslices- ningún reparo de informar al juez principal por algún improperio o
de estamparle en la cara una tarjeta roja para quién no respetara a su
investidura cuando llegó el día de actuar como árbitro en el brío de una
contienda.
La colegiada siguió
adelante estoicamente, sin inmutarse ni regresión alguna pese a las soeces
protestas o las “basureadas” de los inadaptados.
Pero como en el
futbol “todo pasa” y algo siempre viene llegando, su constancia y esmero ya la
habían convertido en un personaje común en las tardes de fútbol de nuestra Liga
Jujeña. Su valor venció los prejuicios y para los que fuimos concurrentes como
cronistas, nos rendimos ante su amabilidad y cortesía de persona de bien.
Por eso, merecía un
reconocimiento en el momento más propicio y de un buen día 25 de Mayo del 2016,
durante un torneo oficial de fútbol femenino cuya inauguración ocurrió en la
cancha de Talleres –a esta altura es innegable revelar–, el club que lleva en
el corazón, aunque su profesionalismo e imparcialidad, divida una de sus medias
naranjas.
Allí fue distinguida
por una dura y conmovedora trayectoria que continuará por el verde césped de
los rectángulos jujeños.
Había que verla
luchar entre una sonrisa agradecida y las lágrimas que no tenían contención,
como nos ocurrió a nosotros que la vimos llegar y que supimos de sus
satisfacciones, como de sus sin sabores.
Los aplausos de su
gente ungieron con emoción a la dama de la ciudad periqueña, como debía ser
según la aprobación de los colegas: un homenaje en vida.
Allí estaba, para
ganarse un pedacito de recuerdo para la posteridad en la historia de la
gloriosa Liga jujeña. Allí estaba la mujer árbitro, la amiga nuestra, la madre
sencilla, simplemente Mirta Mamaní, “la señora referee”.
Noticia e imagen: http://www.jujuyalmomento.com/
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