Idiotas en la grada
La escena no es nueva. Un partido de fútbol, una pandilla de
indeseables (malnacidos también sirve), y el balón que llega a los pies de un
jugador rival, negro para más señas. Es entonces cuando en la grada que ocupa
el pequeño o gran grupo de delincuentes habituales, también llamados ultras, se
oye un murmullo que imita sonidos simiescos y que suele convertirse no tanto en
atronador en decibelios como en insoportable para cualquier persona digna de
serlo.
El último episodio ocurrió el domingo en El Molinón, en el partido
entre el Sporting y el Athletic. El vomitivo runrún, que partió de uno de los
fondos del estadio y estaba dirigido al jugador bilbaíno Iñaki Williams,
provocó que el árbitro, el señor Clos Gómez, detuviera el choque. Se acercó al
delegado de campo y le ordenó que por megafonía se pidiera a la jauría de
canallas que depusieran su actitud. Posteriormente, el árbitro reflejó los
hechos en el acta y dos días después la Liga de Fútbol Profesional anunció que
investigaría los hechos. También el Sporting emitió un comunicado condenando
“cualquier tipo de acto de racismo, xenofobia o conducta violenta”. Además,
hizo público un vídeo en el que seis de sus futbolistas (tres de ellos, negros)
denunciaban lo sucedido.
Cumplió el árbitro, cumplió el Sporting y cumplió la Liga. ¿Y qué? Se
investigarán los hechos, sin duda, el club gijonés pondrá en manos de las
autoridades cuantas pruebas tenga, vídeos incluidos, y el comité
correspondiente aplicará la norma, que vendrá a ser una multa al Sporting. ¿La
cuantía? Entre 150 y 650.000 euros. La ley establece sanciones como la clausura
de los estadios donde se produzcan los hechos o el cierre de la grada
correspondiente, medidas que en España jamás se han aplicado. Se desconoce la
razón. Quizá el juzgador, en su benevolencia, considera que no es cuestión de
que paguen justos por pecadores, que no va a purgar la afición del Sporting en
pleno, admirable sin duda, por la idiocia de algunos. Como no pagó en 2007 la
del Zaragoza por la vejación a la que unos pocos imbéciles (¿pero cuántos son
unos pocos imbéciles? ¿Cuatro, 400, 4.000?) sometieron al barcelonista Eto’o,
que quiso irse del campo. Tampoco lo hizo la del Villarreal el mismo año,
cuando un fulano lanzó un plátano a Dani Alves. El Zaragoza, tras aquel suceso,
fue multado con 9.000 euros. El Villarreal, con 12.000.
Nadie se atreve a adoptar la primera medida ejemplarizante. La
suspensión de un partido por parte del árbitro, que el equipo de la víctima
abandone el césped, la clausura de una grada, el cierre de un estadio, medidas
que sí se toman en Europa. El miedo a soluciones de choque solo provoca que
casos como el de Williams se repitan. Por supuesto que el inicio del fin es
dejar de dar cobijo, como ya han hecho algunos clubes, a malhechores camuflados
bajo el eufemismo de ultras. Porque se dice que es una cuestión de mala
educación. Sí, pero no solo. Uno puede ser maleducado y no ser un delincuente.
Existe la obligación de acabar con estos episodios. Y no basta con sanciones
económicas que no dejan de ser una propina. Nadie puede impedir a un idiota
sentarse en una grada y que imite a un mono, aun sabiendo que entre uno y otro
hay un aspecto que les diferencia: la inteligencia.
Por Óscar Sanz
Noticia e imagen: El País
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