Cuento de Fútbol: DOS VECES AL MUNDIAL
Seguimos publicando esta serie de narraciones de nuestro colaborador Ricardo Vides Zamora, esta segunda entrega se titula:
DOS VECES AL MUNDIAL
DOS VECES AL MUNDIAL
I
Ya había pasado la serie
con Honduras. En Tegucigalpa ganaron ellos 1 a 0, y aquí en el Flor Blanca la tortilla les
dio vuelta 3 a
0; así que obligadamente se tenía que jugar un tercer partido, y fueron
vencidos 3 a
2 en el Estadio Azteca de México.
Aseguran los historiadores
que encabronados por la eliminación,
valiéndose de la mancha brava, millares de compatriotas fueron sacados
de territorio catracho únicamente con lo que traían vestido; cien horas sonaron
tambores de guerra y también tuvieron que tragar el polvo de una segunda
derrota. El mito de que los salvadoreños los tenemos tamañotes y bien puestos quedo comprobado
tanto como que el balón es redondo.
Faltaba un escollo nada
más para asistir a esa primera gran cita universal: Haití y en el primer
desenlace les zampamos 2 a
1 en su propia cancha, los negritos lloraron como si perdieran a su santa madre y aquí en El
Salvador nos brincó de algarabía el corazón, y reímos sin parar cual si la
barriga la tuviéramos contenta.
A mí siempre me encanto
jugar fútbol y con esa victoria, yo, mono nalgas cagadas con apenas diez años,
me sentía uno de los once héroes, sudorosos y ganadores del juego; me creía ya
jugador mundialista luciendo camisa azul y con las siglas ES al lado izquierdo
del pecho, ja, ja, já…
Por eso dicen que después
del gustazo viene el trancazo, y quien iba a creer que del plato, y en la mesa
del local, se invitarían ellos mismos a quitarnos la sopa con todo y cuchara;
pero dolorosamente así fue, los
entilados caribeños, esos feos haitianos canillones y patudos nos darían una bailada de ribetes con goleada
3 a 0…
Yo me sentí morir de la
cólera porque nos habían agarrado como tunquitos, no vimos ni una; todo porque
se vio en la tele, antes de comenzar la disputa, que un brujo de Puerto
Príncipe con careta y plumas, haciendo micos y pericos lanzó un hechizo y a la
hora de los quihubos los seleccionados inexplicablemente quedaron tullidos y ya
no pudieron mostrar sus dotes balompédicas de toque, gambeta y túnel.
Como era posible que esos
colochitos con cara de Fray Martín de Porres nos ganaran, era el colmo de los
colmos, la gota que derramo el vaso; entonces el que lloro a moco tendido fui
yo, escondido donde nadie me viera y se burlara, me desahogue como chorro de
agua con la llave abierta.
Se metieron a casa y la
habían quemado, el Coso Olímpico estaba hecho cenizas, perdido; habíamos pasado
a ser los gloriosos olvidados en los camerinos con luz apagada, los azules
payasos de la grama, los fracasados con números visibles en la espalda, el
hazmerreír de los noventa minutos que duran los dos lapsos…
Yo rompí todo vínculo que
me hiciera pensar en el fútbol, no quería saber nada de goles, nada de tiros
libres, nada de desbordar por las bandas y tirar el centro a la olla, nada de
hijo los pobres tenemos un as en la manga… La esperanza.
Mi papá me aseguraba a
viva voz que la sangre cuzcatleca tendría su prueba de fuego, y contrario a la
opinión de millones de incrédulos, ganaríamos; por aquello del respeto, desde
mis adentros y en silencio yo le contestaba: Con que nos verguiaron aquí y con
tanatadas de abrazarse y celebrar, allá en Jamaica nos van a pasar encima, tan
chiche como cuando en las peluquerías sientan a los bichos y les quitan el pelo
tipo pato bravo.
Llego la fecha
definitoria, y ya entrada la noche, comiéndome las uñas, en la radio
anunciaron: Ultima noticia… Ultima noticia, desde Kinsgton… Haití cero, El
Salvador, El Salvador… ¡Uno!
Aquello fue el fin del
mundo, como si festejaran Navidad reventaron cohetes de vara y pólvora por
todos lados; con los ojos enlagrimados mi padre me chinió eufórico y alegre
como si yo hubiera acabado de nacer:
¡Ganamos, ganamos…! Te lo
dije, te lo dije, yo lo sabía, sabía que íbamos a clasificar.
II
Quien no ha soñado
despierto que le pasan el balón, lo domina, le hace la jugada del tonto al primero
que sale a marcarlo, quiebra la cintura
de un segundo, burla al tercero, al siguiente adversario le gritan desde las
gradas amárrate una guitarra; entra al área penal, se perfila, hala el gatillo
y anota…
El recuerdo más lejano que
tengo de una pelota es aquella de cuero, cosida a mano y con un chichón en el
mero centro; sí la cabeceabas de ese lado, era como darse en los dientes con
una piedrota, sentías rajado hasta el pensamiento.
Es cierto que jugué con la
de trapo, pero fue poco, porque mis hermanos y yo a penas teníamos ropa qué
ponernos.
Después con el correr del
tiempo se adueñó de las patadas y de las narraciones en micrófono marca dedos
cerrados, otra pelota parecida a la de cuero, pero hecha y derecha a cuadros
negros y blancos.
Calladita, allá a
principios de los años setenta, asomó la bien redonda y bofita bola conocida
como “la sintética”; también adornada de cuadritos claros y oscuros, y tenía
algo diferente que se sentía al patear, pesaba menos cuando llovía a
cantaradas.
La que ocupa un lugar
especial, la más famosa, la más común verla rebotar en las calles de polvo o en
las pavimentadas, y lo sigue siendo… Es
la de plástico, por barata y fácil, sólo ponés dos metas hechizas y a ver quién
es el mero mengambrella.
Pero, válgame Dios señores…
Yo jamás he visto una pelota cuadrada.
A pesar de la guerra
interna, El Salvador y cinco selecciones más jugarían una contra todas, ahí cerquita
en suelo hondureño, incluido el país anfitrión; y antes de verse las caras, los
mexicanos hijos de su madre, calentaron pasiones al pregonar hasta en el papel
que por estos patios todavía vestíamos con plumas y tirábamos flechas, que
jugábamos ni más ni menos con pelota cuadrada…
Eso fue como echarle leña
a las brasas para que los contrarios se quemaran en su propio fuego, según
ellos entrarían fácilmente como Juan por su casa a hacerse los bigotes en la
mera nariz del adversario.
Nadie sabe hasta dónde
llegan los afanes del corazón, pero las ansias en los tacos de cada jugador
únicamente esperaban el momento de los grandes acontecimientos para que después
no se alegue olvido y de dónde venimos.
Porque no nos demos miel
con un dedo, demostrar humildad no es poner la otra mejilla para que te la
tortellen, y que, aunque no queramos, el respeto a los orígenes ajenos es la
paz.
Desde esa fecha memorable
una frase quedo para siempre en el clamor del monstruo de las mil cabezas:
“Al mundial (de España) no
vamos…
Pero a México le ganamos”
Yo creo que el día del
crucial enfrentamiento, a la distancia todos empuñamos las manos y apretamos
firmes las emociones y sentimientos, porque fuimos una sola muralla,
sencillamente un equipo bien parado, once camisas azules inmortales, impasables,
incansables, invencibles.
Y la fantasía de los niños
jugando en la calle, el sueño de los hombres comunes y corrientes se hizo
realidad, resultó verdadero: Una flecha, por la punta izquierda, atravesó
velozmente la nutrida defensa de los aztecas y disparó a portería, el
guardameta se lanzó y rechazó, pero el balón quedó a la deriva dentro del área
de meta; el esfuerzo de millones, con otro contra remate a boca de jarro, la
empujo hacia dentro para que traspasara totalmente la línea y gritáramos gol.
Además de ganar los
suficientes laureles para asistir a la Madre
Patria , mi pequeñito El Salvador mandaba al gigante de la
región a llorar otra vez bajo el árbol de la noche triste…
Todo gracias al sano
espíritu de lucha de once valerosos guerreros Cuscatlecos que convirtieron la
burla (jugar con pelota cuadrada) en su ímpetu más orgulloso.
¿Qué opinas?