¿Por qué cambiamos de carácter con el fútbol?
No hay deporte que embrutezca más al aficionado, porque los hooligans
no son solo ingleses. No hay más que ir a ver un partido de chavales y observar
a algunos padres. Así que en un estadio con 40.000 hinchas... Aunque hubiera
todos esos y más en un encuentro de baloncesto, de balonmano o de rugby no
habría ahí más lances que los propios de un deporte con tanto contacto físico.
En el fútbol, sin embargo, hay menos golpes físicos, pero duelen más. ¿Por qué
a la primera falta que pita el árbitro en contra la reacción es el insulto
aunque esté bien pitada?
Por las emociones, porque «el fútbol no se explica, el fútbol se
siente». La respuesta la dan los psicólogos, que tienen bien identificada esta
reacción futbolera que, con variaciones en la intensidad, es universal. Y lo es
porque el fútbol es un deporte de masas en todas partes. Por ahí empieza la
explicación, por la muchedumbre. «Cuando estamos en masa nos dejamos llevar por
las emociones, anulamos nuestro juicio crítico. Nos crecemos, nos imitamos...
hay un contagio emocional», explica Guillermo Fouce, psicólogo social. Y añade
un segundo argumento: «Somos nosotros y ellos. Los buenos contra los malos y en
esto, vale todo».
Así que si el árbitro pita en
nuestra contra es un 'hijo de...'.
Seguro que al final del partido muchos aficionados reconocen que
efectivamente era penalti, pero en el instante en que lo pita estamos en la
emoción, tenemos el cerebro en el modo más instintivo, más animal, dejamos de
analizar, de pensar, inhibimos los pensamientos racionales y somos más
sugestionables.
Eso es muy peligroso.
Sí, porque además hay un contagio. Si el de al lado dice 'a', yo digo
'a' y 'b' y hasta 'c'. Y lo digo porque estoy protegido por la masa, por el
anonimato, y porque se me van a cubrir o permitir comportamientos que en otras
circunstancias no se aprobarían. Nos atrevemos a hacer cosas que no haríamos
individualmente.
Y eso no les pasa a cuatro solo. Pone Fouce un ejemplo bien cercano.
«Conozco gente que trabaja en el ámbito de las ONGs, de los derechos humanos, y
que se transforman con el fútbol. Ellos mismos deciden dejarse llevar por las
emociones y aunque saben que es irracional y ese comportamiento no se
corresponde con su vida, lo hacen».
Entonces.... ¿no es bueno
ilusionarse con nuestro equipo?
Para algunas personas el deporte termina siendo una válvula de escape y
liberan el estrés de la vida diaria. Esto puede ser positivo si se canaliza
correctamente como ocio, para desconectar, disfrutar… Pero si la persona se
estresa con el propio deporte, pueden surgir respuestas de agresión,
irritación, insultos, etc.
Y esta circunstancia personal, en un ámbito social «en el que se ha ido
perdiendo el respeto al deportista, rivales, árbitro, aficionados...».
«Racistas solo hay cuatro»
No es evidentemente la norma, pero sí existen alarmantes excepciones,
episodios de bochorno, como aquellos insultos racistas y abucheos a Iñaki
Williams, el jugador del Athletic, en el inicio de Liga en El Molinón. «Es un
caso aislado, pero también han llamado gitanos a los sevillanos, o
antiespañoles a los catalanes. No es razonable pero en el contexto del fútbol,
ocurre. Seguro que entre los que insultaron a Williams racistas había solo
cuatro, pero el problema es que esa conducta se hace expansiva. Y es tan
irracional que hay aficionados que insultan a jugadores de color de otros
equipos mientras que en sus equipos también los hay», apunta Fouce.
¿Y eso cómo se explica?
Se explica así: 'Yo tengo un jugador de color pero es de los míos'.
Lamenta Alejo García Naveira, psicólogo del deporte y coordinador de la
sección de deportes del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, que «a día de
hoy, existe una línea difusa entre lo que se permite o no en un recinto
deportivo» y advierte de la importancia de que «las autoridades establezcan un
código de comportamiento y hagan que se cumpla. Tienen que haber y cumplirse
unas consecuencias por excederse: expulsión inmediata, suspensión para próximos
partidos... aunque también un programa de reinserción para el que se equivoca».
A este respecto, Guillermo Fouce cree «interesante» parar un partido «para
hacer volver al público a la racionalidad», como hizo el árbitro aquel día en
el partido del Athletic en Gijón. En paralelo, García Naveira propone
«programas en la sociedad que refuercen los comportamientos deseados: animar,
disfrutar, apoyar...». Y ahí entra la labor del psicólogo del deporte: «este
profesional puede contribuir al aprendizaje de comportamientos correctos en los
espectadores, ayudar a canalizar las frustraciones a las personas que se
estresan y reorientar a los aficionados que se han equivocado».
Porque, en sí, ser de un equipo, sentir los colores no es negativo,
sino todo lo contrario. «Compartir sentimientos con otras personas es positivo.
Un partido de fútbol puede ser una ocasión para encontrarte con los amigos y
eso es bueno». Hasta ahí, todo en orden. El problema es cuando esa emoción muta
en algo negativo. «Hay gente que discute con su amigo del alma solo porque es
de otro equipo». Una circunstancia que «solo ocurre con el fútbol, la religión
y, en menor medida, la política».
¿Cuál es la responsabilidad de
los jugadores a la hora de evitar las conductas antideportivas del público?
Si un jugador agrede a otro, automáticamente la masa se revuelve. Por
eso las campañas que se hacen tratan de involucrar a los futbolistas, para que
den ejemplo. El juego limpio empieza en el campo.
Artículo escrito por Yolanda Veiga en El Diario Vasco
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