VIEJO BALÓN DE FÚTBOL. Por Ricardo Vides Zamora
En el país más grande del mundo, aunque en
honor a la verdad es uno de los más pequeños, mínima república donde viven
millones de hombres a quienes si les preguntaran viéndolos fijamente a los
ojos: cuál es el país más grande del
mundo, responderían: ¡El nuestro!
Ahí, en ese territorio bendito y añorado
por los que se marchan a naciones lejanas, justo después de las doce de la
noche, cuando el misterio y lo imposible pueden suceder, aconteció el increíble
hecho que vuelve valiosísimo este relato…
Para realizar grandes acontecimientos se comienza
por lo sencillo, y todos debían acudir al llamado de esa voz que rebota dentro
de su interior, ese aire de hermandad que los une entrañablemente, cuadro a
cuadro, como sus costuras en una sola cosa, porque no hay mal que dure cien
años ni cuerpo redondo que lo resista.
De uno en uno prepararon el camino a seguir,
de uno en uno salieron sabrá Dios de qué casas, de qué hogares, de qué rincones
cercanos o remotos.
Ninguna mirada de luz de luna asomaba y el
ruido dormía la paz de los inocentes, escondiéndose entre las sombras y
pegaditos a las paredes, avanzaban, avanzaban…
Era conveniente evitar los ojos fisgones y
los ladridos chismosos de los perros. El discernir humano mientras esté cobijado
y descansando, nunca preguntara hacia donde lleva la ruta que trazan, calle
tras calle, los convocados.
Quién iba a imaginar que se reunirían en uno
de los templos más amados, el Estadio Nacional… ¡Y a semejante hora!
El mismísimo lugar emblema, en el cual
desde fechas memorables, porque todo
tiempo pasado fue mejor, durante dos lapsos de cuarenta y cinco minutos
continuos cada uno, en decenas de miles
de partidos y cientos de campeonatos, en disputas vibrantes que ponen los nervios
de punta, envidia de verlos correr y pararse sobre la verde grama, denominada terreno
de juego por los periodistas deportivos y cancha por el vulgo…
Exactamente ahí donde las hurras y la admiración
de los aficionados, elevan a la categoría de semidioses a los más destacados de
los veintidós protagonistas: esos benditos futbolistas que han humillado a
patadas, barridas, despejes, furibundos
remates, cabezazos y escupidas a cualquier esférico que se enorgullezca de
llamarse pelota.
Sintiéndose el indicado y animado por su
popularidad en las mejores ligas federadas, desde su vistosa redondez color
amarillo y sus contrastantes bandas negras muy hermosas, habló el engreído Milán:
-Que dé un saltito quien no esté de acuerdo
en que lo sigan maltratando con esa clase de entradas, o apretándolo contra el
piso con la suela del calzado…
Lógicamente todos elevaron su más enérgico rebote
en apoyo a la propuesta y como prueba de que ya no deseaban seguir siendo el
hazmerreír de aquellos adoradores del gane y los goles, seres uniformados que únicamente
saben enfrentarse a sus adversarios haciendo regates, gambetas, malabares y puntapiés, probando puntería desde corta, media o larga distancia, cual si
portaran un cañón en cada bota, pero que jamás sabrán el sentir y pensar del
valor que posee el empirismo, sobre todo cuando sé es un balón de fútbol, sus golpes,
penas y sufrimientos en este valle de fanatismos, triunfos y derrotas…
Acercándose, avanzando y moviendo con
tremendos esfuerzos su deformada figura, antaño circunferencia; aquel balón de cuero
gastado, viejo entre los viejos, casi sin aire, desahuciado, y quien sabe de qué fabrica porque tenía la
etiqueta borrosa; convertido irremediablemente en una grotesca pelota pasado de
moda e inservible para nada.
-Yo creo que en sus mejores tiempos fue una
sintética…
-Qué desteñidos y desfasados sus cuadruchos
blancos y negros-¡Fùchila!-le miro con desdén otro balón de esos que hablan
mucho porque tienen poco de haber salido de una tienda de deportes…
¡Ya no estás para estos trotes, abuelo
cacarico!
Desfallezco-dijo el señalado por las críticas-,
pero si volviera a nacer me gustaría repetir lo que fui…
Primero, forjé sueños que se hicieron
realidad en los pies descalzos de un niño, sudando a mares por jugar sólo
conmigo, qué lindo sentir su emoción aunque me dejara con tierra la cara; qué delicia aquella cuando me
llevaba bajo su brazo hacia el potrero o la escuela, yo era su mejor compañero
y juntos nos encaminábamos a la victoria, al empate o a la derrota, porque al dirimir
fuerzas, nadie conoce el futuro, el resultado es impredecible, quién de ustedes
no ha sido testigo que no siempre gana el que juega mejor…
Qué no daría por regresar a mis momentos
más espectaculares, cuando el árbitro sonaba el silbato y comenzaba lo bueno,
volar en una volea y volver a sentir el aire en los pulmones; nunca los he
tenido, pero qué grato respirar la emoción, los bullicios, los aplausos, los gritos,
y la felicidad, aunque dura poco porque siempre fue efímera…
Cada uno de nosotros ha logrado que los muchachos
pobres ganen por lo menos una vez en la vida, hacemos que los hombres toquen
casi el cielo, y a los ancianos los regresamos a sus días de gloria en el fútbol, porque
recordar es volver a vivir…
Nos han recelado y recelan millones de
mujeres, por nosotros se acuerdan de los famosos, de los inmortales, somos los
apodos y los apellidos inolvidables: Tentación
Ramírez, Cariota Barraza, el káiser Jovel, Tabudo Méndez, Pipo Rodríguez, Araña
Magaña, Pulpo Fernández, Chachama Quinteros, Garrobita Pineda, Pecho de mono
González, El Ruso Quintanilla, Gallo Beltrán, Ceteco Turcios, Pindonga
Rodríguez, Cachirulo Espinoza, Paloma Dunda Escobar, Mágico González, Pájaro
Huezo, Imacasa Recinos, Chelona Rodríguez, Grillo Solís, Papo Castro Borja, Jorge
Patascutas, Pitufo Pacheco, Avión Casadei, Cisco Díaz…
Nos dicen con la mejor sinceridad que puede
hablar una voz a lo que de verdad se quiere: balón, la sintética, la redonda,
esférico, la de cuero, la de cuadritos, la gallina, dámela que te la doy,
ponéle atole, con chanfle el roce pués. “No golpee a la niña, acaríciela”, como
decían los grandes mediocampistas como Flamenco Cabezas o el pechuga Villalta.
Si no hubiéramos estado ahí no se cumplirían
las profecías escritas página por página en el libro del planeta balompié, ni
esos asombrosos lances, esas finas jugadas: palomita, taquito, chilena,
triciclo, bicicleta, pase de tres dedos, cambio de juego, bájela con el pecho,
culebra macheteada, que al rato se nos muere; nosotros hacemos posible esas maravillosas
faenas, ustedes la afición, las disfrutan: gol olímpico, tiro libre encima de
la barrera humana, triple o doble pared, tendalada de zagueros tirados
haciéndole reverencia a papá pelota.
No existieran los campeones nacionales, ni
los arqueros menos vencidos, ni los reyes de goleo…
Si ustedes niegan su naturaleza, si
desistimos de nuestra misión, habrá más guerras de las que ha habido, más
asesinatos, más delincuentes; nosotros cumplimos una gran tarea social, hacemos
mucho más que los políticos y que el mismísimo presidente de la república…
Somos estrellas anónimos porque aparecemos
en la televisión, pero en segundo plano, y en la radio, quién de ustedes negara
que comentan chuladas de nosotros, salimos en las primeras páginas de los
diarios todos los lunes o la siguiente mañana después del juego, y sin pagar ni
un solo centavo de dólar…
Ahí en los álbumes de muchas familias somos
esa sonrisa en los rostros porque tenemos la capacidad de darles satisfacciones,
los graduamos de contentos y de orgullo sano, puro; nos estiman y valoran, y
eso que solo somos una cosa redonda que rueda inflada de sentimiento…
Nunca nadie va a decir el balón campeón
goleador, el balón menos goleado, el balón más valioso del juego, o que el
mejor gol o el más hermoso lo anotó uno de nosotros; los aplausos no son directamente
nuestros, pero en el fondo son para nosotros, porque hemos dado siempre el
corazón en el propio desenlace del minuto más crucial…
Sí nos trataran como nosotros queremos,
entonces no seríamos nada, desapareceríamos; qué importa ser juguetes del destino
o el triunfo platónico de un cipote imaginándose los laureles de la victoria en
sus sienes…
No sean desagradecidos con los niños, ni
con los hombres… ¡por último háganlo por ustedes! En las redes de cada portería, el clamor del
gol se oye solamente una vez, luego escapa por los orificios, pero en nosotros
queda para siempre… ¿O acaso las lágrimas derramadas por los goles no nos han
puesto un corazón?
Nadie de todos los balones dijo nada, ni
volverían a ponerse en rebelión o a
protestar; habían perdido la magia de hablar porque las palabras verdaderas e
indiscutibles del viejo balón de cuero les habían calado hondo, dejándolos mudos
para siempre…
Por Ricardo Vides Zamora
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