Cuento de Fútbol: El muchacho de los pies descalzos

Nueva bonita historia de nuestro amigo colaborador Ricardo Vides Zamora:




El muchacho de los pies descalzos
(reseña para la selección de fútbol, Sub-23 de El Salvador)

El muchacho se miraba los pies: desde donde habían venido juntos… ¿cuántos caminos, calles, caseríos, colonias, cantones y ciudades estaban ahí, descalzos, silenciosos, esperando este momento que se volvería crucial después de asegurarse las vendas, ajustarse las medias azules, calzarse los tacos, y saltar a la cancha con la emoción  a punto de salírsele por la boca.

Once contra once, el equipo suyo y el local jugándose la vida durante noventa minutos. En esos pies, tan suyos y de nadie más, estaba su pasado, presente y futuro. En ellos estaba el cariño de mamá poniéndole los calcetines después de bañarlo, cuidándolo desde siempre para que los malos senderos no lo atrajeran como esos cantos de sirena que arrastran a muchos y los hacen perder el rumbo.
No podía faltar su papá tomándole de la mano para pasar la calle cuando iban a los entrenos en sus primeros pasos en este popular deporte…

También dentro de él se movía la sangre de su hermano animándole, gritàndole para que no desmayara en su afán por triunfar, su ejemplo, su apoyo en las buenas y en las malas.

Estaba en sus diez dedos escondido aquel talento para amortiguar, para tocar, para dormir o rematar con el empeine la pelota, el fino jugueteo de su zurda y la derecha dándole la ayuda necesaria no sólo para subirse al bus, sino también para pararse bien ante los adversarios.

Ahí estaba la patria pequeña, la de los amigos de todos los años, las alegrías y tristezas por los ganes o las derrotas; todos estaban ahí en sus dos pies, y dentro de su aparente calma, una enorme voz lo hacía sudar preparándole para responder como campeón ante las exigencias, y que pasaràn a la historia en los diarios cuando ya viejo abra esas páginas  y rememore esa hazaña de haber dejado sobre la grama, la difícil pero sencilla entrega del esfuerzo sobrehumano.

Cuántos recuerdos rebotaban en su pensamiento como balón escurridizo, el gran solazo en su rostro, en su espalda sin camisa a la hora de las prácticas; los aguaceros, las mañaneadas para llegar a ser alguien útil a influencias de cuadernos, clases y escuela.

Había que calzarse el ánimo, la entereza, preparar el indio para sacarlo al verse en desventaja, amarrarse las cintas fuertemente al alma y al corazón para no fallar frente al momento crucial.
Sus ojos estaban listos para no perder de vista lo alto de la faena que empezará cuando suene el  silbato del árbitro y comience el minuto uno.

Diciéndose para sí mismo: “En el momento del himno nacional que no se te olvide poner tu mano derecha sobre el círculo con las dos letras ES y no te aflijas si un nudo te baja de entusiasmo por la garganta, la piel se te pone de gallina y te entran deseos de ir a  orinar; son los nervios, tenés que calmarte porque vas a jugar contra los eternos favoritos y pocos dan un  cinco por ustedes, cipotes soñadores de finta y gambeta en cada pique, en cada cabeza erguida hombre, si pispileas no vas a ver cuando un chele camarón te eche el camión y te pase llevando…”

El muchacho se miraba de nuevo los pies y le temblaban las manos, porque no es lo mismo verla venir que tenerla enfrente; pero es mejor que le tiemblen ahí, camerino adentro y no sobre la cancha durante el partido. No le quedo más remedio que cerrar los ojos y encomendarse a la voluntad de Dios.

Casi nadie tenía la esperanza que se ganaría y lo inesperado sucedió en el tiempo de prórroga: un remate de media distancia impulsado por aquel pie izquierdo, hizo un giro extraño antes de que los guantes del guardameta se interpusieran en su trayectoria; por la fuerza y el efecto dado, más el contacto del guante, la pelota se elevo y antes de abandonar la línea de meta sobre el travesaño, bajo increíblemente hasta ir a descansar mansamente en las redes de la portería contraria. 

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