Cuento de Fútbol: El Mundo era un balón.


Una nueva entrega de las narraciones literarias de nuestro colaborador Ricardo Vides Zamora:
EL MUNDO ERA UN BALON
Otra perdedera de tiempo, pero más sana, era jugar fútbol cerca de la casa de una vieja bruja. El polvo, las patadas en la mera chimpinilla, el solazo, enterrar las uñas; todo, todo lo aguantábamos indiferentes, pero que la bola cayera dentro de los terrenos de “Doña Macabra”, eso nos mataba; porque al momentito, ella la devolvía abierta de un machetazo en dos mitades.
Salú entreno callejero tras el gol, la finta, el amague y el pateo al par de piedras que usábamos como porterías.
Cuántas amarguras nos hizo tragar la comentada y malévola señora al rompernos un sinfín de pelotas de plástico y de cuero; aun así, nosotros nos encachimbábamos con ella sólo un ratito; después, ya estábamos viendo cómo conseguir pisto para comprar otra.
De tanto puntazo chuña y a lo loco, los que hacían su agosto con la venta de las futuras víctimas, eran los propietarios de las tiendas. A veces llegué a pensar que estos baisanos, iban mitá y mitá con la energúmena y sañuda despedazadora de pelotas; pero no… Doña Elena era mala de nacimiento.
Gracias a las ejecuciones del verdugo oficial  de  la  Colonia, ya que estaba la Niña Alicia, que era la suplente, aprendimos a mover y a manejar sutilmente el balón. Hacíamos micos y pericos con él: El triciclo, el sombrero, el túnel, pases asombrosos de taquito, tijeras inesperadas, chilenas, y hasta la tan enganchadora culebra macheteada de Jorge González. 
Muchos amasábamos de a gordo la chimbomba y debido a ello, fuimos temidos y respetados, tanto en Mejicanos y Cusca, como en las canchas aledañas de Mariona, Tushte, Soyapango, La Zacamil, Ricaldone, El Don Rúa, etc.
Alrededor del equipo que se formó, se arrimaba una enorme barra que nos seguía a cualquier parte. Cipotas, bichos, cheros, vecinos de otros lados, hermanos, primas, tíos, nanas y tatas de algunos que jugábamos, caravaneaban aquel fiel y alentador marón.
Gente bien portada y bullanguera, pero que rechiflaba cuando salía a relucir la leña descarada del contrario, y que nos defendía a trompón, patada y mordida, luego de las goleadas que metíamos y los perdidosos querían desquitarse la bailada a golpes con nosotros. 
(Fragmento de “Las Joyas más valiosas” del autor Gabriel Moraes, pseudónimo de Ricardo Vides Zamora, ex-árbitro de Primera División).

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