Cuento de Fútbol: Gato Seco
Esta bella historia entre un guardameta y un árbitro es obra de nuestro amigo colaborador Ricardo Vides Zamora:
Por estos lugares a un muchacho de figura delgada
se le llama seco y Ricardo era tan delgaducho como las varillas de un paraguas,
de allí su apodo “gato seco”, y gato por tener las pupilas tan claras como los
felinos criados en casa.
Esa primera vez que lo llamó por su nombre para
identificarlo, después de comparar rostro y fotografía, el árbitro hizo gestos
de negación al ver aquella silueta desgarbada, cual el personaje novelesco Don
Quijote de la Mancha
y en vivo frente a él, además el suéter con el clásico número uno se lo tragaba
en talla y en mangas.
El de las tarjetas amarilla y roja, con la
alineación en mano le pregunta: ¿Usted va a jugar de guardameta? Si le contestó
muy tranquilo como la inocencia marcándosele en el semblante. El árbitro contra
argumentó: ¿Y ya sabe quiénes son los dos centros delanteros del equipo
contrario? Agregándole: ese par de desalmados le pegan a la pelota como patada
de mula, ay hijo te van a quebrar las manos cuando intentes atajar.
-No se preocupe dijo tímidamente, ya estoy
acostumbrado a que quieran convencerme de no jugar por flaco y por la corta
edad que tengo…
El sanciona faltas cuando se cometen, mirando fijo
al capitán le confirma que el portero apenas es un niño y que no asumiría culpa
alguna si lo lesionan de un balonazo, sabiendo de los cañones escondidos en los
botines de los dos mencionados y rete conocidos arietes: Sarbelio y Nelson.
El propio papá de Ricardo, poniendo sus dos manos
juntas como cuando se le pide a un santo, se acerca y aunque todos oyeran le
suplica: No es primera vez que lo hace, Profe, por favor déjelo jugar y no se
va a arrepentir cuando vea de qué es capaz este cipote.
Sin más demoras el juego comenzó con el previo
aviso del único que puede amonestar o expulsar: detener las acciones en cuanto
fuera evidente que Ricardo no estaba para aquellas delicadas actuaciones.
Los dos bandos se enfrascaron en una batalla para
dejar claro quién de los dos era mejor, pero al gato no le decían así solo por
sus ojos, era ágil y elástico como ese pequeño minino que siempre cae en cuatro
patas aun lanzándolo de cabeza. Antes de los diez minutos ya había desviado con
sus puños o con sus dedos tres remates formidables, logrando por sus
habilidades y quites que la mayoría de los espectadores presentes pronunciaran
en voz alta la vocal “A”.
Lo increíble sucedió en el minuto treinta, a
Sarbelio le dejaron el esférico rebotando y soltó un furibundo fogonazo a muy
poca distancia de la línea de gol, Ricardo se lo ataja, llega Nelson y a boca
de jarro le suelta otro disparo, y se lo tapa también antes de caer, nuevamente
Sarbelio suelta un tercer tiro casi angulado, pero el gato se levanta del suelo
y vuela para atrapar el balón entre sus manos.
Aseguran confidentes confiables que al árbitro no
se le salió el grito ni levantó los brazos de júbilo porque debía ser imparcial
hasta con sus emociones.
El juego terminó con victoria del equipo de
Ricardo, y quien le iba a ganar con semejante arquero cuidando la portería…
Nadie supo que al retirarse emocionados de los alrededores del terreno de
juego, los corazones sentían el orgullo ajeno como propiedad suya, soñando cada
uno de ellos que a aquel niñito, también le soplaba aliento de vida por ser sangre
de su sangre.
En pocas temporadas el gato se convirtió en una
leyenda, y cuentan también que durante otro partido de los mil y uno
disputados, desde fuera de los 16.50 metros , pusieron a prueba sus reflejos, el tiro violento da en
el palo horizontal, de la potencia y fuerza que traía, Ricardo ni vio pasar la
de cuero, se desprende el travesaño y él temiendo por su vida, abandona su
posición; casi al mismo tiempo, otro adversario, compañero del primer
rematador, amortigua y domina el rebote de la bola, patea de zurda, anota y a
grandes zancadas celebra eufórico cual si hubiera hecho el gol para coronarse
campeón del mundo. Se interrumpen las acciones, reparan el marco, y antes de
reiniciar la contienda, el árbitro llama a ambos capitanes y les dice que el
gol no cuenta. El anotador casi llorando le recrimina que es primera vez que
logra golear al gato y que no se lo anule, por vida suya o por lo que más
quiera; pero el fiel conocedor de las diecisiete reglas les replica que no se
cumplía la tres, no había guardameta en el marco.
Además de muy buen guardavallas, Ricardo era bien
portado. Aseveran sus seguidores más viejos, que en sus inicios de futbolista,
precisamente en el parque principal de su localidad, un día jueves, al referí
que le iba a dirigir el fin de semana le gritó el sobrenombre: !Don Lito
Zorrillo! éste se mete la mano en un bolsillo del pantalón, saca el temible
cartón rojo y se lo muestra, diciéndole: “Está expulsado”. El gato aún más le vocifera:
Viejo loco si ni siquiera ha comenzado el partido y cómo me va a expulsar.
Se llega la hora del juego, Ricardo antes de
entregar el carné le da las buenas tardes, agregándole señor. El árbitro le
contesta hoy me saluda de esa manera, y no se lo recibe, llama al capitán y le
argumenta que el portero titular está expulsado y no puede ser parte del juego.
Capitán y guardameta le piden que les compruebe de
dónde saca semejante decisión, el juez sale del campo y regresa trayendo
consigo las reglas de juego. Miren aquí dice: El árbitro puede mostrar las
tarjetas antes, durante y después del juego.
Ricardo jamás volvió a repetir desmanes de esa
naturaleza ni a faltarle el respeto a nadie, muchos menos a los que suenan el
silbato.
Cada quién por su lado, durante varios años
siguieron haciendo lo suyo, uno sancionando tiros libres o dando la ventaja,
hasta ganarse el reconocimiento de colegiado; el otro, ya casi un muchacho,
asombrando a propios y extraños por sus increíbles dotes y actuaciones,
estirándose bajo los tres palos para impedir que le anotaran.
Un buen domingo, por azares del destino, en la
ciudad de Chalchuapa medirían fuerzas el recién ascendido Once Lobos
versus el mimado de los santanecos: Club
Deportivo FAS.
A la hora de llamar para el revoleo de moneda, el
guardameta de los locales fue el primero que entró a la cancha, saludando,
estrechando con su guante y mano derecha la del árbitro, dándole un efusivo
abrazo, le sonreía diciendo: ¿No se acuerda de mí…? Pero apareció el capitán
visitante y ya no hubo tiempo de pláticas, luego del ritual, con el
acostumbrado pitazo, inició el partido.
El Once Lobos era equipo modesto y el FAS uno de
los grandes del redondo salvadoreño, y rápidamente se hizo evidente la
superioridad del varias veces campeón nacional.
Pero el arquero de los locales no dejaba pasar ni las moscas, remates de
media distancia, tiros esquinados o encima de la barrera, cabezazos, todo, todo
lo atajaba. Con aplausos y al coro de ¡gato, gato! Los aficionados lobeznos
agrandaban la estatura del larguirucho guardameta y empequeñecían las
dimensiones del siete treinta y dos.
Y sucedió una acción de juego que los ojos del
monstruo de mil cabezas pocas veces han vivenciado y que le eriza la piel cada
vez que los recuerdos lo vuelven a vivir en la memoria del pensamiento.
En un contragolpe del FAS, les ganan las espaldas a
los zagueros y el gato sale a tratar de achicar los espacios de remate, pero en
vez de tirar a marco el atacante le hace un pase a otro compañero que venía
cerrando por el otro lado, este domina el balón y con un toque medido lo coloca
en el segundo palo, casi volando de poste a poste, Ricardo se lanza como una
saeta y desvía con su mano izquierda a saque de esquina.
Aquello fue cosa de locos en las gradas, y al final
el Once Lobos saco un meritorio empate a cero, en gran parte por las
monumentales atajadas de su guardavalla, a quien cientos de aficionados, al
terminar el segundo tiempo, se lo llevaron en hombros quien sabe para dónde.
Horas después, en la tranquilidad del hogar el
responsable del informe del partido dispuso elaborarlo, comenzó tomando nota de
sus apuntes y en una hoja aparte
escribió los nombres de quienes fueron amonestados, según el minuto de la
sanción, repasó detenidamente las alineaciones de los dos equipos, y en el
primero de los jugadores titulares del Once Lobos se detuvo…
Inmediatamente la historia retrocedió años y las
remembranzas refrescaron sus inolvidables tardes prolíficas en alegrías y
tristezas: Ricardo Linares, el guardameta, es aquel mismo apodado gato seco, y a
quien le había profetizado: si usted sigue jugando de esa manera, va a llegar a
jugar en primera división.
Muy orgullosa de mi amigo de adolecencia, doy crédito que todo es cierto.
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