Pablo González Fuertes, del barro al césped de Primera



El colegiado asturiano de Primera División Pablo González Fuertes (Gijón, 1980) nos cuenta como lleva esta nueva situación de la cuarentena, acostumbrado a estar más de doscientos días al año lejos de su domicilio por sus labores arbitrales.
¿Cuál es el día a día actual de un árbitro de Primera?
Dentro de lo que cabe lo llevo bien. En casa me marqué una rutina del día, que lo hace más ameno. Me levanto temprano, entre las siete y media y las ocho. Tengo una hora y media o dos que dedico al estudio, a las reglas de juego, al inglés y preparar presentaciones para cuando volvamos a funcionar con la escuela de entrenadores y el Comité Técnico de Árbitros. Después, dos horitas de entrenamiento físico. Las tardes las aprovecho para las tareas caseras.
¿Cuesta esa lucha contra el tedio cuando pasan las semanas?
Sabíamos que la situación iba a ser delicada, pero no pensábamos que íbamos a acabar en confinamiento. En los primeros días, con cuatro cosas de fitness que tenías en casa ibas solventando el entrenamiento. En el momento en el que veías la evolución en otros países de características similares al nuestro ya te das cuenta de que esto no iba a durar tres días, ni quince. Me compré una cinta de correr por internet, un banco de musculación y ahora hago el entrenamiento más semejante al que hacía antes. Me sirve para mantener mi rutina y que psicológicamente no se haga tan tedioso como si tuviese tres pesas y una esterilla y solo pudiese hacer abdominales y poco más.
Eres profesor de las nuevas hornadas del fútbol asturiano y siempre echa un cable al CTA.
Para saber dónde quieres llegar tienes que saber de dónde vienes. Y yo tengo clarísimo de dónde vengo. Del barro, de la arena, de los campos de regional. Sin ellos, no habría llegado a Primera. Eso hay que agradecérselo a toda la gente que te ayudo a arbitrar a aquellos alevines para seguir progresando para subir de categoría y encauzarte.
¿Pasar por todos los peldaños ayuda a no perder la perspectiva?
Un futbolista por sus cualidades con 17 años puede jugar en Primera, pero eso un árbitro nunca lo podría hacer. A mí me ha costado mucho sacrificio llegar donde estoy. En mis años de Segunda B, que es una categoría con la misma exigencia física y técnica que tiene la Primera, trabajaba mis nueve horas diarias. Salía de mi casa por la mañana con un 'tupper' a Olloniego, que era donde trabajaba. Llegaba a Gijón a las ocho y media de la tarde, me iba al 'kilometrín' a entrenar y cuando volvía a casa eran las nueve y media o las diez de la noche. Eso durante diez meses al año.
Fuente: El Comercio

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