Las dudas sobre la honestidad en las decisiones que toma un árbitro de
fútbol, no es nuevo y es algo que se extiende a todos los rincones del mundo.
Lo que varía es la reacción que tienen los jugadores, algunos ejercen
la violencia verbal y la física para con el colegiado, otros eligen los medios
de comunicación para mostrar su enojo y poner en tela de juicio cualquier
decisión que consideran injusta.
Sin embargo, hace 87 años, el 8 de octubre de 1933, los futbolistas de
Gimnasia y Esgrima La Plata realizaron un acto -jamás antes visto por estas
latitudes- completamente distinto a los anteriormente mencionados.
Por la fecha 28 del Campeonato de Primera División, en el Viejo
Gasómetro, Gimnasia y Esgrima La Plata visitó al San Lorenzo, en lo que fue un duelo
entre los máximos aspirantes a ganar el torneo. Luego de un parejo primer
tiempo, que culminó en empate 1 a 1, ambos clubes se fueron al descanso
conformes por el rendimiento del árbitro Alberto Rojo Miró, uno de los
mejorcitos de aquella época.
Al comenzar el complemento, el local se puso en ventaja. El cotejo
transcurría normal hasta que el colegiado tomó varias decisiones que no
gustaron a los componentes del Gimnasia y Esgrima La Plata. Lo que desató la
locura en los jugadores, además, por agredir al réferi de un puntapié fue
expulsado Ángel Miguens y Gimnasia quedó con diez hombres. Para sorpresa de los
presentes, al reanudarse el juego, ningún futbolista visitante se movió -salvo
para sacar del medio-. Se sentaron casi todos.
El partido continuó, Rojo Miró no aguantó más y se fue definitivamente
de la cancha, enojado y desairado, cuando el encuentro estaba en 7-1.
Aquella fue la primera vez que un club hizo algo semejante y motivó a
otras sentadas que sucedieron con el paso del tiempo.
Fuente:
TyC SPORTS
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